Frontera de Guerra (Y)

Que un puente tenga dos nombres quiere decir que hay dos partes en conflicto que reclaman la propiedad del mismo. Esto pasa con King Hussein Bridge (versión árabe, en referencia al monarca haixemita desaparecido el 1999) y el Allenby Bridge (versión israelí, a pesar de que se refiere a un general británico de principios de siglo). Es a través de este puente, casi únicamente, desde donde se puede acceder a Palestina (territorios ocupados por Israel) viniendo de Jordania. De hecho, Jerusalén y Ammán, la capital del reino haixemita, se encuentran en unos escasos ochenta kilómetros. Ahora bien, los conflictos ocurridos desde 1948 han hecho que para hacer este trayecto se necesite actualmente unas cinco o seis horas. Tanto de tiempo? Para hacer qué? Pues para hacer muchas cosas.

Primero hay que ir desde Ammán hasta el lado jordano de la frontera (una frontera que reconocen por imperativo legal, a pesar de que el actual Cisjordania formó parte de Jordania de 1948 a 1967, cuando Israel ocupó estos territorios durante la Guerra de los Seis Días). Este trayecto es corto y se tiene que hacer con service, un taxi compartido. Un golpe se llega a frontera hay que dejar que te inspeccionan todo el equipaje, pagar el visado de salida de Jordania y hacer que los funcionarios jordanos (que son de los que abonan los tópicos sobre los funcionarios) estampen su sello no en el pasaporte sino en un papel aparte, martingala diplomática que posibilita poder viajar posteriormente a países como Siria, enfrentados claramente con Israel.

Después hay que ir a buscar un autobús la única misión del cual es cubrir un trayecto que en condiciones normales dura diez minutos y que acaba con King Hussein/Allenby Bridge, justo al salir del cual se llega a la aduanas israelíes. Estas aduanas pasan para ser las más inflexibles, duras y controladoras de todo el mundo entero, puesto que Israel es un estado obsesionado con la entrada de posibles terroristas o desestabilitzadors. El que más sorprende, en este espacio prefabricado, es que sus responsables, lejos del prototipo ‘hombre bigotut árabe', son chicos y chicas joveníssims/se con peine europeo (son israelíes, está claro). Algunos van con la vestimenta del ejército, otros hacen ver que van de incógnito, cosa todavía más grotesca.

Durante tres horas somos sometidos a todo tipos de controles físicos (te inspeccionan todo el equipaje, el cuerpo, el que puertas a los bolsillos por dos veces) y mentales (cada visitante “recibe” gratuitamente un interrogatorio que se alarga en función de la corrección de las respuestas que se den). Todo es motivo de pregunta: propósito del viaje, conocimientos en Israel, hotel donde te alojarás, persona que te ha recomendado el hotel, dinero que puertas encima, cuando marchas del país… Y todo el proceso está rodeado de una grande mala leche, parece que exigida por el propio gobierno israelí para demostrar la firmeza del estado. En definitiva, una buena manera de hacer el primero tastet del estado hebreo.

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