Hace unos sábados la Riera y el Parque Central se quitaron vestidos con lazos amarillos. Una muestra de solidaridad, al parecer, que, pero, no todo el mundo compartía: otras personas sacaron los lazos, lo cual fue fuertemente criticada, sobre todo cuando el Ayuntamiento envió trabajadores a hacer, nada más y nada menos, que su trabajo.
Esto es así por un error de concepto. No se trata de abocar de forma exhibicionista los símbolos que se sienten como propios presuponiendo que todo el mundo los comparte, y menos unos símbolos ya tan claramente marcados. La valla del parque de nuestra ciudad no es un plataforma gigante de propaganda partidista. Si así se usa, es lógico que otros se puedan sentir violentados, entonces estos otros el que harán es, justamente, el mismo: su exposición de símbolos o retirar los que no comparten. Por lo tanto, no se puede acusar a quien retira los lazos ni de intolerante ni, mucho menos, de fascista, precisamente porque aquel espacio público no es monocromático.
Raso y corto: si hay alguien que pone los lazos, bienpuede haber también alguien que los saque. Si no se acepta esto, como parece que de forma alarmando el Ayuntamiento de Arenys de Munt no entiende ni acepta, se acaba reconociendo el espacio público como espacio privado de aquellos que ponen lazos amarillos y, por asociación, de sus ideas. He aquí la apropiación y la tergiversación del concepto de libertad. Esto entra de pleno en la lógica de la polarización de bandos cerrados en sí mismos que pretenden apropiarse de significados absolutos como «democracia» o «pueblo». Quizás ya va siendo hora que abrimos los ojos y nos damos cuenta que así no vamos en ninguna parte.
Dedo de otro modo, en esta dinámica no hay reciprocidad ni deliberación, y, pues, no se establece diálogo democrático entre las ideas. Ben al contrario, el espacio público se convierte en campo de batalla. Y, como que el espacio público es para todo el mundo, la gente se sentirá partícipe o excluida de aquel espacio en función de si encuentra bonos o malos los símbolos denotados que seabocan. Y, como que la gente quiere hacer uso libre de aquel espacio público (mejor dicho, no quiere que el «otro» se lo haga suyo), entonces no es difícil de ver el riesgo subyacente: que el campo de batalla se puede trasladar a quien hace uso de aquellos espacios públicos.
En definitiva, entre unos que sólo ven españoles por todas partes, y otros que cruzan tener la razón y que actúan como la «secta del amarillo», el conflicto está servido, alimentado por irresponsables de uno y otro bando y galvanizado por ciudadanos seguidores, seguramente de buena fe, de una u otra bandera. El problema, pues, es que este conflicto que era político pasa ahora a acontecer conflicto civil, y esto es ciertamente peligroso.
Comentarios