Francesc Masriera

La aristocracia del funcionariado

Si algo me hace sentir vergüenza ajena es la manera de actuar de algunos líderes sindicales catalanes -no todos, sortosament- que han hecho del sector público su "cortijo" particular. Anclada en el pasado, desprendiendo aquel olor a rascumit propia de aquellos espacios húmedos que hace tiempos que están cerrados, nada hace más la sensación de retrógrado que las suyas continúas arengas alertando de un desmantelamiento del sistema público que, a pesar de las evidentes dificultades actuales, sólo existe en su sectaria imaginación. Tanto es que se sitúen en la órbita de la sanidad, de la enseñanza o de la administración, todos tienen el mismo aire de altivez que, según explican los historiadores, reinaba a la corte de Versalles justo antes de la revolución. Aferrados, como si fueran víctimas de un naufragio, a la defensa de unas condiciones que obtuvieron durante los años en qué la Generalitat de Cataluña, gobernada por el tripartito, no tuvo cura a la hora de gastar los impuestos que pagamos los ciudadanos, no quieren aceptar, de cabeza de las maneras, que en las circunstancias actuales es absolutamente imposible mantenerlas como consecuencia de la crisis y, sobre todo, del desmadre económico que vivió el país del 2004 al 2010 (para poner un ejemplo, la plantilla de funcionarios de la Generalitat creció en más de 50.000 personas). Por cierto, si tuviéramos una democracia seria y responsable, haría tiempo que los señores Montilla y Castells rendirían cuentas ante la justicia por haber generado, en sólo cuatro años, un déficit de casi 20.000 millones de euros. De hecho, por más que los partidos que apoyaban al tripartito participen ahora, cogidos de la mano de las respectivas correas de transmisión, en las manifestaciones que estas organizan en contra de los llamados recortes, ellos son los principales responsables, dejando de banda el expolio asfixiante a que nos somete la sanguijuela nación española, de las muchas dificultades económicas que, desgraciadamente, nos toca sufrir a día de hoy.

Estos líderes, aristócratas del funcionariado, normalmente al servicio de partidos e ideologías de izquierda, remueven cielo y tierra para no perder el estatus privilegiado que lograron durante los años en qué gobernaron sus amigos. A pesar de que son una minoría, se han convertido en la voz del funcionariado, en los comisarios ideológicos de nuestra sociedad, en los defensores de la pureza y la integridad. Navegando por encima del bien y del mal, miran a los que no piensan como ellos por encima de los hombros y hablan con la suficiencia propia de aquellas personas que se autoconsideren ética y moralmente superiores. Víctimas de su radicalismo ideológico, incluso se atreven a decir, sin que se los caiga la cara de vergüenza, que el gobierno de CiU -según ellos, carecido de sentimientos e insensible al sufrimiento de las personas más afectadas por la crisis-, quiere cargarse, volgudament y al servicio de oscuros intereses, la sanidad y la educación públicas que, con tanto de esfuerzo, la misma CiU construyó y consolidar durante los años en qué gobernó el Presidente Pujol.

Donde se es visto tanto de cinismo?

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