«Que va al Carrefour?», pregunta una niña al conductor del buzo C-10, que hace parada a cada pueblo del Maresme hasta Barcelona. No hace falta rumiar demasiado para darse cuenta de cuál es el objetivo de esta niña, acompañada por una amiga, la madre, la abuela y un hermano. A la siguiente parada sube un chico todo engominat y con una camisa de estas de lucir. Cuando llegan a la parada del Carrefour de Cabrera de Mar las sospechas se confirman. Todos van en dirección al hipermercado.
Sólo bajar ya llega de fondo la música de la Beth, para ir calentando el ambiente entre los doscientos fans que se agrupan a la entrada del hipermercado, justo ante donde hay el restaurante McDonald's. «En breves momentos la Beth será aquí», se siendo por megafonía. Vale más que lo calienten, el ambiente, porque la de Súria tardará a llegar. Todo está preparado hasta el mínimo detalle: las vallas que hacen un pasillo hasta el escenario, los policías y guardias de seguridad que protegen la cantante de una hipòtetica alud de fans...
A los periodistas nos hacen pasar al almacén del hipermercado, donde lo esperan familiares suyos y los trabajadores de Carrefour. Aquí descubrimos por qué este tipo de actas nunca empiezan a la hora: hay unos cuántos privilegiados -con los hijos e hijas, algunos de pocos meses de edad– que conseguirán una sonrisa, un beso y una firma de la cantante antes de tiempo. Los más pequeños lo esperan con su libro, Íntima –es el motivo de la visita–, a la mano. Pero también tienen el libreto de su compacto. Todos puestos en fila esperan, pacientes, que lleguen los diez fantásticos según en que la Beth estará por ellos, los pondrá una dedicatoria que no sea clavada al anterior y los dirá algo guapa casi al oído.
Antes ha tenido ocasión de saludar algunos familiares suyos, a quienes hace días que no ha visto: «Qué barriga que tienes!», le dice a una chica de una treintena de años que está a punto de ir de parte, con su catalán de Súria. De hecho sobta que esta chica sea uno de los grandes referentes de la televisión española. A ella se la voz relajada, haciendo su «trabajo»: repartir sonrisas y firmas una detrás la otra. No es que salte de alegría, pero se le ve que tiene claro qué espera la gente de ella. Y no los defraudará. En cada foto que se hace consigue dibujar una sonrisa que parece sincero. Entre los que piden firmas no sólo hay niñas pequeñas, también algunos chicos jóvenes y algunas madres que esta noche darán una sorpresa a sus hijos cuando lleguen a casa y los digan: «Mira de quien tengo una firma!».
Un hombre que pone orden decide que basta: le dejan comer un donut y beber una coca-cuela. Después, deja la sala y sale hacia fuera. Allá el hombre que calentaba el ambiente todavía no ha abandonado y va anunciante que falta poco para la llegada de la estrella. Las doscientas personas que hay ya no se lo cruzan. Pero al final sale. Entre los aplausos, sube las escaleras y, en catalán, agradece a los fans su presencia. Y poco a poco, todos van subiendo y van consiguiendo el símbolo gráfico sagrado: la firma de la Beth. Unas chicas aseguran que eran allá desde las nueve y media de la mañana. La fama mueve montañas, decididamente.
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