El 300 aniversario que este año celebran los Armados de Mataró es motivo de celebración para la entidad, obviamente, pero también por las germandats y cofradías que llenan las calles de la ciudad estos días de Semana Santa. Y no sólo en un sentido de hermandad, sino porque sin la pervivencia de este cuerpo hasta nuestros días difícilmente las germandats y cofradías habrían conseguido volver a sacar la nariz dentro del calendario festivo de la ciudad a partir de 1986.
El 1969, fruto de la concepción revisionista del momento, la Iglesia había decidido suprimir la procesión de Viernes Santo igual que se haría con la de las Santas-. Los Armados, por lo tanto, tenían que guardar lanzas, cascos y vestidos indefinidamente, sin saber si nunca más podrían volverlos a lucir en público.
Los hombres fuertes de los Armados, de todos modos, no se desanimaron. Creían que el tiempo los daría la razón. Y durante una década mantuvieron encendida la llama de la entidad, hasta que el 1981 se presentó una oportunidad irrebutjable: el rector de Sant Andreu de Llavaneres, padre Jaume González-Agàpito -perteneciente al ala más conservadora de la Iglesia de Barcelona-, los ofrecía la posibilidad de salir a la procesión de Viernes Santo de la población.
Para ellos nada era el mismo que salir por las calles de su estimada ciudad, pero mientras la capital del Maresme no los reclamara su retorno firmaron un pacto de fidelidad con Llavaneres. El hecho es que la villa maresmenca recibió las cabezas de hierro mataronins con entusiasmo. Y además, el olfato de los Armados -que intuían un cierto interés de los mataronins por su causa- no falló y en poco tiempo se convirtió en una tradición que los habitantes de la capital del Maresme fueran a Llavaneres a ver los Armados. De todos modos, Mataró parecía todavía difícil de reconquerir, a pesar de que a partir de 1983 los Armados empiezan a escenificar La Pasión en la Explanada de las Caputxines, tradición que continúa hoy después de varios cambios de ubicación Valldemia, el Huerto del Rector, Santa Maria, Monumental, Sala Cabañes y teatro del Casal La Alianza-.
Los pasos adelante en la recuperación de los Armados habían servido, de todos modos, para otra cosa: animar los partidarios de recuperar las procesiones a salir a la calle. El éxito de los Armados los daba argumentos para pasar de las palabras a los hechos. Uno de ellos era Salvador Domínguez, impulsor de la Cofradía del Santo Cristo de la Agonía. Algunos estábamos luchando desde hacía años para volver a salir. Y pensamos: Si se hace a Llavaneres, porque no se puede hacer aquí? Fue como un espejo, recuerda.
A pesar de contar con la animadversión expresa de los rectores de la Iglesia mataronina, aquel mismo 1986 volvió a salir la procesión de Viernes Santo, por disgusto de unos y por satisfacción de otros. El primer año fue cómo de prueba. Bien es verdad que no sabíamos qué diría la gente, recuerda Domínguez. El éxito de convocatoria los sorprendió y a la vez aligerar: mucha gente tenía ganas de volverlos a ver en la calle.
Los Armados de Mataró, pero, respetuosos con el principio de jerarquía propio de los cuerpos militares no querían reaparecer en su ciudad sin el visto bueno explícito de sus comandantes la Iglesia de Mataró-. Sólo saldrían si el Consejo Pastoral de Mataró (COPAMOS) daba el visto bueno al regreso de las procesiones.
Mientras no llegaba este reconocimiento, de todos modos, los Armados no se estarían quietos. Al contrario, decidieron a usar todas las armas que tenían entre manso. Jaume González-Agàpito decidió dar un nuevo golpe de mano a las cabezas de hierro con una jugada diplomática magistral. Aprovechando los contactos que tenía al Vaticano había sido embajador de la Santa Suyo en el Sudán, cosa con motivo de la cual recibía la apellatiu de monseñor- el rector de Llavaneres propuso a los Armados de ir a visitar nada más y nada menos que el Papa Joan Pau II. Dedo y hecho. El 24 de septiembre Karol Wojtyla se fotografiaba con los soldados de la paz mataronins, imagen que dio la vuelta al mundo y que también llegó, evidentemente, en Mataró.
El sentido último de la operación era clarísimo. Cómo podía ser que la Iglesia de Mataró prohibiera la salida de unos Armados que el mismo Papa de Roma, la autoridad eclesial mundial, acababa de recibir en casa suya con todos los honores? Por otro lado, la ida en peregrinación en Montserrat el 10 de abril de 1988, donde fueron recibidos por el Padre Abate del momento, Cassià Maria Just, dio todavía algo más de pátina religiosa a un movimiento al cual muchos calificaban de puramente folclórico. El clamor popular porque los Armados volvieran a desfilar por la antigua Iluro ya era ineludible.
Finalmente, el 1990, la Iglesia mataronina daba el sí a la recuperación de las procesiones como mal menor y los Armados de Mataró volvieron a salir por las calles de la ciudad después de veinte años. En los últimos quince años, la popularidad de los Armados ha crecido espectacularmente y ahora la Semana Santa de la capital del Maresme no se entendería sin las cabezas de hierro. Fruto de esto es que el 2002 fueron declarados Patrimonio Cultural de la Ciutat. Los Armados llegan pues al 300 aniversario más vivos que nunca.
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