Rafael Argullol explica a su último libro (Visión desde el fondo del mar, Ed. Acantilado, Barcelona 2010) una conversación con el músico Frederic Mompou. Mompou atribuía su amor a la música a un abuelo reparador de campanas, instrumentos que "se escuchan con el oído, con las tripas y con el alma", decía. Argullol empieza así un bello capítulo sobre el toque de campana (pp. 851 y ss.). Según el filósofo, el toque de campana no mide el tiempo desde la vida sino que cuenta el tiempo que nos queda hasta la muerte, de forma que es un toque de celebración, no de medició. De hecho, dice "la campana fue concebida por la celebración, y también por la alerta y el luto". La actitud contraria, la de la medició, la interpreta como el instrumento de control burocrático de nuestras vidas, a manso siempre de intermediarios sospechosos. Curiosamente, es la muerte la que nos hace ver el cambio de perspectiva del tiempo. "Descubiertos la muerte y su proxeneta, el tiempo, tendríamos que optar entre medir o celebrar los nuestro sinstants. El temor, la obsesión y la estupidez nos han inclinado hacia la medició". Así, el sonido de campanas, celebratiu, "es un sonido que atraviesa los siglos para unirme a los miles de antepasados. ¿Qué importancia tiene quién fueron y como van der estos hombres? El repicar de las campanas nos hace parecidas", dice.
Qué es la Vallamos?
Cuando leí esto, debe de hacer más de un año, pensé enseguida con la nuestra Vallamos; ya sabéis, el toque de campanas que anuncia el velatorio de la Fiesta Mayor, a las 2 de la tarde del día anterior al de Las Santas, cuando repican las campanas gordas y pequeñas de Santa Maria, a la que se sumarán las del resto de la ciudad. Otro libro (Las Santas, la fiesta mayor de Mataró, de Nicolau Guanyabens y Quim Puig, Arola Ed., Tarragona, 2010) explica en que consiste (pp. 290-291). Se trata de "dar nuevo batalladas a cada una de las campanas Carme, Montserrat y Miquela, repitiendo el ciclo tres veces, y con el tritlleig de fondo ininterrumpido de las dos campanas más pequeñas, las que dan a levante, Juliana y la Semproniana. Cada ciclo, pues, tiene veintisiete toques. Ritmo y matemática. El número 27 es lo del día de las Santas, está claro", remata el autor, que fija en su origen a principios del siglo XX y su desaparición no muy tardía para renacer a Las Santas de 1977, las primeras que recuperan la fiesta como un signo de la reanudación democrática, y marcan el actual modelo.
Nuestro cosmos
Digo todo esto para hacer notar de qué manera nuestra fiesta mayor, una fiesta con voluntad de acontecer popular en todos los sentidos, anuncia el cambio de tiempo que pasa del encomendero (o profano) al festivo (o sagrado) con este estallido de campanas. Coincide, además, con el inicio de las vacaciones de mucha gente, haciendo que adopte el carácter de "año nuevo" que toda fiesta añal tiene que tener (veáis Mircea Eliade, El sagrado y el profano, Fragmenta Ed., 2012, pp. 113 y ss.). Un tiempo que de proyectarse "hacia la muerte", controlando las horas, los días y los meses, contándolo, distribuyéndolo y burocratizándolo, se empieza a contar "del revés", celebrándolo. En ninguna parte de de decir "hoy hago años", el tiempo festivo celebra que todavía los puedes contar y se olvida de los que tienes, entrando en una dinámica no-linial. Viviremos, en nuestra fiesta, una serie de rituales que nos transportan a un tipo de "mundo original", para el cual hace falta otra manera de entender el tiempo.
Tanto le hace la historia (que si las Santas son patronas "sólo" desde hace menos de doscientos años, que si algunos tradiciones son bien modernas, que si esto o si aquello), porque el que está en juego es lo mite.la fiesta no recuerda, la fiesta revive. Y no podemos vivir sin mitos. Lo revive, sí, con símbolos muy locales, de acuerdo, pero que representan nuestra manera de entender el mundo, una imagen propia del cosmos. Desde las propias Santas a los gigantes, desde la Misa al ron quemado, desde la generación de caos (Desvelo) hasta la cosmogonía perfecta (la Ida a Oficio, por ejemplo). Desde los pasacalles a la Misa de Gloria. Desde el olor de los petardos hasta el gusto de las sandías (o xíndries, como decimos aquí). Desde el montón de relaciones, bailes, besos y sudores compartidos hasta los fuegos. Esta es la representación simbólica del mundo, del mundo original, que revive con fuerza los últimos días de julio, según lo hemos ido tirando los mataronins. Un gran ruido de campanas anuncia este nuevo tiempo. Lo celebra. Que nos aproveche. Buena fiesta mayor.
Comentarios