Ramon Bassas

La yaya Anita

De todo el que estos días se ha dicho en todas partes sobre el asesinato de dos mujeres, en Mataró, y la posterior detención de la pressumpta culpable me ha llamado la atención que nadie mencionara (que yo sepa) la fatal coincidencia del nombre del establecimiento que regentaba con la característica común de las dos víctimas. Y mira que es extraño. Cómo es lógico, el tema ha salido en las conversaciones cotidianas, en Mataró, sehabla al autobús y a la cola del súper. Por la prensa hemos ido conociendo alguno de los detalles y, charlando, incluso hemos ligado jefas sobre alguna de las víctimas, el que todavía nos impresiona más. Un asesinato (o dos de seguidos) trastorna la ciudad. Le hace ver el peor, le hace notar la proximidad del mal y del horror y de golpe se da cuenta que nuestro mundo de rutinas, de pequeñas confianzas y aparentemente tranquilo tiene también aguas subterráneas muy oscuras. No sabemos si, de hecho, el hombre es un lobo para el hombre y no hay nada a hacer, como proclamaba Hobbes, o es que apenas "todavía" somos hombres y hay tanto para hacer, dice un poema reciente de Narciso Comadira.

Una prueba de esto es, como pasa siempre, alguna de las noticias que hemos podido ver por televisión dónde, cuando preguntan a alguno de los vecinos o clientes, todo el mundo dice que parece que no pueda ser, que la panadera era tan "normal". La cultura actual, que vive fascinada por la capacidad humana de hacer daño, ha cometido a menudo el error terapéutico de hacer poner cara de malo a los "malos". Hannah Arendt, una magrnífica filósofa judía alemana, pudo seguir el juicio a Adolf Eichmann, uno de las cabezas de la SS, celebrado el 1961, yescribió las conclusiones en un libro. De allásale la expresión de "la banalidad del mal", atribuida a la ausencia de toda consideración moral que expresó Eichmann, que insistía una y otra vez con la eficacia, organización y resultados de sus métodos, para los cuals la muerte de millones de judíos eran tan sólo una "estadística". En otro registro muy diferente, ya me perdonaréis, siempre me había hecho gracia a los Pastorcillos la inocencia de los pastores cuando tenían delante, hablándolos y seduciéndolos, el mismo Satanás disfrazado de uno de ellos.

El hombre, ha teoritzat Lluís Duch, es un ser ambiguo. Cómo ambiguos son su trayectoria, su lenguaje y sus instituciones. Y esta es su condición esencial. Quizás esto es el que más nos asusta de una noticia de asesinato tan cercana: muestra sin tapujos la ambigüedad de nuestros congéneres, incluso la nuestra, mezclada con la necesidad de convivir para poder sobrevivir, avanzar, comer, trabajar o estimar (aunque -ahora- convivir querrá decir juzgar y condenar los culpables). La misma ambigüedad del título de este horno, que transmitía la idea de la senectud tierna, del pan reciente hecho, del café de la camaraderia matinal, de los saludos diarios a la gente del barrio, bajo la cual -parece- se escondía exactamente la idea contraria. Fríamente. Banalmente.




Comentarios