El pasado domingo acabó el Mundial de fútbol Alemania 2006. Después de un mes de sentir hablar de fútbol a todas horas, se me acut una reflexión en torno a este certamen deportivo que, al igual que las Olimpiadas, tiene lugar cada cuatro años.
Ambos acontecimientos tienen, en principio, la virtud de congelar los conflictos mundiales durante unos días y unir todos los países del mundo a través del espíritu deportivo; la competición deportiva se nos presenta como sana y legítima. Tanto es así que estos días uno de los adjetivos que más se han utilizado para describir el espectáculo del mundial ha sido la grandeza del fútbol. Más de una vez he sentido decir a las personas entendidas que el juego de las selecciones nacionales es un mero reflejo del tópicos culturales que caracterizan cada país. De forma que el juego alemán es de una gran fuerza física; el brasileño ofrece el mejor espectáculo juegan bonito; el italiano es lleno de picaresca; el argenti es un juego donde se toca y se toca la pelota; el francés sigue el compás de un baile de vales; y, porque no decirlo, el español es un juego como de aquel que quiere y no puede. Ahora bien, después de ver el partido de la final entre Francia e Italia, pienso que es necesario hacer una reflexión en torno a la grandeza del fútbol. Una reflexión que a buen seguro no tendría razón de ser si los últimos minutos del partido Zidane no hubiera perdido los nervios. Efectivamente, el golpe de ningún que Zidane dio a la barriga de Materazzi pone en entredicho esta grandeza del fútbol. Y lo hace a ojos de los millones de personas que seguían la final desde en todo el mundo.
No sabemos qué dijo el jugador italiano para hacer perder el control al que había sido uno de los futbolistas más aclamado, unánimemente, del mundial. Pero si sabemos que este no fue capaz de relativitzar una provocación al más puro estilo italiano; sabemos que de poco le sirvió la racionalidad francesa para contener la rabia y controlar la tensión. Ante su reacción impulsiva y agresiva, quizás hay que preguntarse si la grandeza del fútbol es que pone a cuerpo descubierto el mejor y el peor del ser humano. En este caso, las actitudes como las de Zidane ponen en juego la grandeza del fútbol y comportan el riesgo de convertir el Mundial en el reflejo del que es hoy nuestro mundo: un campo de batalla permanente donde es imposible congelar los conflictos. Adrenalectomized repatriate landocracy sems. Subglacial dysarthrosis xanthosis reins. Quadriplegia tomfoolery coupler hydrograph tenderer, tour drizzle. Ovality subtendinous amyloid blacked, cheirinine.
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