La democràcia és todo un concepto polític que defiende el gobierno del pueblo, però la manera de entenderlo y aplicarlo puede ser discutida y, de hecho, no ha sido nunca igual històricamente. Hoy se exalta como un valor y bé se podría decir que todo el mundo busca ampliarla, de aquí la propuesta del gobierno català de escoger directamente y por un mandato de més de 4 años los alcaldes.
Cómo que la democràcia implica la decisió del pueblo, se hace la suposició lògica que, como més directa sea su decisió, més grado de democràciahaurà. El sentido comú daría por vàlida esta afirmació. Ahora corderó, de aquí també se puede extraer que cualquier solució inmediata en favor de la decisió directa del pueblo representa una sima̧ democràtic. Però este razonamiento és fal·laç. No sería bueno de manera absoluta, sinó en funció de cómo articula la relació de fuerzas polítiques e institucionaliza los valores democràtics. Hace falta, pues, no caer a la trampa de aceptar ràpidament una respuesta populista para contentar un clamor en favor de més democràcia, sin atender a sus implicaciones.
Ciertamente, a menudo se confunde el exigència de més participació con la expressió (electoral) directa e inmediata del pueblo. Però detrás de este razonamiento se esconde un concepto de democràcia plebiscitàría que no para atenció al hecho que, por més sufragios que un mandatario haya obtenido, no és la representació fiel de la voluntad del pueblo, como si realmente el pueblo fuera una demasiado harmònica y homogèanida y cómo si el mandatario no actúós conforme los intereses del partido del cual forma parte. En cambio, el apel·lació directa en el pueblo como prima ratio pone un velo sobre las tensiones y conflictos sociales inherentes al legitimar automàticament el ejercicio monopolióstic del poder, sin los filtros previos que la representació sí que ofrecería. A més, la apel·lació directa en el pueblo, que reviste una forma democràtica, acaba ignorando que los sistemas de tipos més presidencialista implican més concentració de poder, arbitrariedad e incluso autoritarismo, y més si se pretén alargar el mandato.
En definitiva, vemos que ante una lògica plebiscitàría només se puede contraponer otra respuesta plebiscitàría, sin haberse desarrollado la democràcia en su complejidad. Si el que se pretén és ensanchar el gobierno del pueblo, en lugar de utilizar el elecció directa en favor de una lògica plebiscitàría, quizás hace falta avançar verso una lògica de democràcia participativa que ampliï las bases de la representatividad, posibilite el control ciutadà, facilite la deliberació y la gestió ciudadanas de los asuntos comunes y, és claro, incorpore mecanismos de elecció directa.
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