El fútbol no me había gustado hasta los últimos tiempos, en los cuales visto el que hay para ver a la pequeña pantalla, es mucho mejor el espectáculo que alrededor de la esférica se da al público y que, como mínimo, panem te circenses, nos entretiene a la grazna causante disgustos controlados o, como mínimo, con daños colaterals.
El amigo y poeta mataroní Isidre Julià, muerto recientemente, me explicó una vez su peculiar manera de ver los partidos: con el volumen bajado y escuchando música clásica, algunas veces, incluso, ópera.
Por quien lo quiera probar, esta es una manera de contemplar el enfrentamiento entre los jugadores en su pureza primigenia, sin la alteración del sonido que los locutores profesionales coverteixen en toda una nueva manera de contemplar el espectáculo futbolístico.
Y si el fútbol es, en estos momentos, el principal opio del pueblo –no lo critico en ningún momento, sólo lo constato–, ir a la playa es la distracción más trueque y al alcance de la mano, de momento, hasta que no se inventen ecotasas para el litoral maresmenc.
Fútbol y playa, pero, son una buena manera de afrontar la existencia. Y más si tenemos en cuenta que la situación económica no hace cara de solucionarse a corto plazo. Y que al paso que vamos, trabajar, aquello que sedice trabajar para percibir un sueldo, será una tarea que sólo practicará una minoría y en el resto le habrá que tener otros a el•licients.
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