El pasado jueves en el pleno, una vecina de Rocafonda, Ana María, presentó una queja al alcalde por el exceso de ruido nocturno que no le deja descansar. Es recurrente, en el verano mataronense, que cientos de personas conviertan espacios como la Plaza Joan XXIII, el Parque Central, Can Xalant, la plaza Pepa Maca, la de Rocafonda, el Parque del Palau, la plaza Once de Septiembre, Gatassa, Pi i Maragall, Fivaller, Muralla o Miquel Biada, en su refugio contra las altas temperaturas. Y es que el calor excesivo, que va en aumento, y la falta de aislamiento térmico adecuado en la mayoría de los hogares de nuestra ciudad, hace que la gente salga a la calle para hacer más llevadero el trance.
Las medidas puestas en marcha por el Ayuntamiento han sido numerosas pero, hasta ahora, con escaso éxito. Se ha limitado el uso nocturno de algunas plazas como Joan XXIII o Pepa Maca, se ha vuelto a poner en marcha el cuerpo de serenos de miércoles a domingo por la noche y la madrugada hasta octubre, y se aprobó una ordenanza de civismo que no sanciona el ruido en la vía pública (hecho que hemos denunciado para que se modifique, a pesar de saber que muchas de estas sanciones tendrán poco recorrido). El problema principal, sin embargo, es el elevado grado de permisividad respecto al ruido y al exceso de volumen, permitido en diversas actividades que vulneran y violentan el derecho al descanso en el propio hogar o incluso a una comida tranquila en un restaurante. Como en tantos otros casos, se ha generalizado en nuestro país una actitud excesivamente laxa o protectora respecto al infractor y displicente o despreciativa en relación con las potenciales víctimas, que se concreta, por ejemplo, en la consolidación de la “cultura del botellón” o un pretendido “derecho a la fiesta”, que hay que “tolerar” caiga quien caiga y que por supuesto se impondría al “derecho al descanso” de los posibles afectados, normalmente sin voz ni voto al respecto, excluidos al parecer de cualquier opción a que se toleren sus “extrañas” preferencias.
Incluso el horario de especial protección no siempre tiene en cuenta las necesidades de colectivos especialmente sensibles como niños, ancianos y enfermos, sin hablar de quienes deben preparar un trabajo o examen importante para el día siguiente o simplemente quieren disfrutar de un período de sueño o descanso relajado. Se ha ido generalizando en nuestro país un principio un tanto extraño: que la tolerancia al derecho al ruido o al volumen alto debe prevalecer (culturalmente) sobre el derecho al descanso, al silencio en el propio hogar, a la lectura sosegada o a la conversación tranquila. Como consecuencia, actualmente el derecho al descanso o a una vida tranquila depende de los caprichos o voluntad de nuestros vecinos y transeúntes. ¿Debe continuar así?
Desde el Ayuntamiento, como oposición, continuaremos presionando al gobierno para poner remedio a la falta de civismo en nuestra ciudad, apoyando iniciativas ya emprendidas o poniendo otras nuevas sobre la mesa, como el cálculo del coste del incivismo en nuestra ciudad o, la más reciente, la puesta en marcha de un cuerpo de inspectores permanentes en nuestra ciudad con capacidad para sancionar en tareas que permitan a la policía local centrar sus esfuerzos en la seguridad ciudadana que tanto valoran nuestros vecinos.
Pero, sobre todo, hace falta un cambio de prioridades sociales y culturales en nuestro país para lograr un efecto disuasorio y reconducir la conducta de aquellos vecinos más reacios a aceptar que sus actos sonoros pueden afectar negativamente a otros.
Alfons Canela
Concejal de Junts per Mataró
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