Cuando la enfermedad hace su aparición en la vida de una persona esta queda totalmente trastocada. Es cómo si hubiera ocurrido una cosa que no podía pasar. Nadie se plantea la posibilidad de caer enfermo, no entradins de la normalidad cuando la realidad es que la enfermedad forma parte de la vida igual que la salud. Todo el mundo caerá enfermo en un momento u otro, de una enfermedad más leve o más grave.
Aunque no todas las enfermedades son iguales, algunas de ellas han sido o son muy temidas porque están investidas de un halo terrorífico, son las enfermedades sinónimo de muerto inminente y de sufrir un tipo de maldición.
Desde el siglo XIX hasta nuestros días son tres las que tienen esta catagoria por encima de todas las otras. En el XIX era la tuberculosis, en el siglo XX el cáncer y algo más tarde el sida.
Actualmente la tuberculosis ha perdido esta importancia porque no es tan frecuente y porque tiene remedio. El sida, por otro lado, tiene unas vías de contagio muy determinadas y , salvo contadas excepciones, las personas con riesgo de sufrirla se encuentran en círculos definidos.
Es el cáncer la maldición generalizada de nuestro tiempo. Cada vez más frecuente y convertido en una espada de Damocles pendiente encima del nuestras jefas; cualquiera puede ser candidato a sufrirlo, y cuando aparece el diagnóstico, la impresión es que la vida se ha acabado. Pero podríamos decir que cada vez menos es así; la detección precoz es casi determinante para superarla, razón por la cual se han incrementado los controles y exámenes preventivos. También son importantes la actitud del enfermo, sus ganas de luchar por su vida, la esperanza en la recuperación y su fortaleza psíquica.
Hoy en día hay muchos tratamientos médicos para luchar contra el cáncer y se tiene que recurrir a todos los que se tengan disponibles en esta batalla desigual, pero también es conveniente apelar a otros recursos que pueden ayudar a la persona que se encuentra en una situación tan dolorosa.
En muchas ocasiones ha instaurado como un pacto de silencio alrededor del enfermo de cáncer, incluso él mismo evita hablar de su enfermedad y se acostumbran a utilizar toda clase de eufemismos para referirse a ella. Esta actitud no es la mejor porque el que provoca es un gran incremento de la angustia y la soledad en que se encuentra la persona con su sufrimiento.
La atención psíquica es necesaria para ayudar a estos pacientes a tener un lugar donde poder hablar con total libertad de sus sentimientos y emociones hacia su estado.
Es innegable la continua interacción entre el cuerpo y la mente; no son entidades separadas si no que forman parte de un todo que constituye el ser humano. Puesto que cuando hay un sufrimiento, ya sea físico o psíquico, es todo el ser que queda comprometido en una situación dolorosa, desequilibrando y destructiva. Es pues recomendable poder disponer de la atención profesional que facilite la elaboración de estas vivencias.
Los médicos saben muy bien que la disposición emocional de un paciente influye en el resultado de los tratamientos que se los aplica. Cuando mejor sea esta disposición mayores probabilidades tendrá de beneficiarse de los procesos curatius.
También la familia del enfermo de cáncer vive de manera angustiando el proceso, la espera mientras se hacen los tratamientos, la incógnita de la evolución, etc. Ellos también precisan un apoyo psíquico que los ayude a asimilar la circunstancia y a sostener su función de espaldarazo al familiar enfermo.
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