"Es que sin electricidad no somos nada". Lo ha dicho Mireia, que trabaja en una fábrica y le decía a la María que lo han enviado a casa antes de tiempo de la oficina. El inaudito apagón eléctrico de este lunes ha parado por completo el tragí encomendero de la ciudad. Sin luz no somos nada. No somos nada o 'No somos nata', que cantaba La Polla Recuerdos.
Cada cual podrá explicar la suya de donde era y que hacía cuando de golpe plas! saltó la luz. Seguramente todo el mundo ha ido a los propios diferenciales primero y ha sacado el jefe fuera la escala, la oficina o donde fuera después. Es de ellos, que suele decirse. Esta vez 'ellos' han dejado la ciudad y millones de personas a oscuras.
En estos casos del desconcierto se avanza a la resignación y las necesidades se suelen asear suelas. Con tantos ascensores parados rápidamente los Bomberos se han hecho sentir. Y con todos los semáforos fundidos justo es decir que se ha impuesto un tipo de sentido común viario que, vatua la olla, resulta que sí que existe.

En los diferentes centros de trabajo, de entrada, espera. Puerta abierta, gente afuera, los fumadores que tienen ventaja porque tienen qué hacer y a luchar con la cobertura para ver qué pasa. Sin luz no somos nada y sin ella tampoco hay internet y, por lo tanto, todavía somos menos. Quienes curan baterías de portátiles, con suerte, han tenido algo más de utilidad. La que ha durado la batería, concretamente.
Sin electricidad no somos nada pero es la hora de comida. Bares y restaurantes a oscuras han afanado en servir, si podían. En tiempo de bizzums y pagos etéreos con móvil, la moneda y los billetes han sido salvadores. Un pulsómetro de la ciudad siempre es lo Frankfurt: persiana lateral bajada, solo servían para llevar y había cola. Del gremio de los que tienen vitrocerámica, seguramente.

Los Bomberos iban y venían con intervenciones rápidas, casi funcionariales, para sacar los cercados en ascensores. El mediodía ha silenciado Mataró y después, a las tres, cierto desconcierto: escuelas abiertas y familias yendo, no todas, pero incertidumbre por la duración del episodio.
Ya a las cinco, de golpe, nos hemos cómo habituado a la situación. Los niños sale de la escuela y los tenderos impostan normalidad por no perder más horas ni clientes. Sin luz no somos nada por lo tanto calles y plazas, más llenos.

Mataronins aprovechando el día y el buen tiempo.
De la resignación se pasa a una cierta pasividad y a los JEFE, en cambio, explican que mientras afuera todo se ha trastocado ellos han podido trabajar bien. Curioso que además de los sanitarios el otro lugar donde tenían claridad y ordenadores fuera a un Supermercado.
No se sabe qué puede durar el apagón pero la sensación es de día del todo amortizado. A ver si toca cenar con velas o de lata. Y a ver si mañana somos algo más, que será que tenemos luz, internet y normalidad.
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