Incomprensiblemente rutinaria la revisión de la leyenda de Roben Hood que ha perpetrado Ridley Scott, que ha renunciado en este film a la mirada de autor que ha definido buena parte de su trayectoria. Con lo Roben Hood, Scott sigue en la línea del cine épico e histórico, que no le es extraño, pero con una desgana impropia del director que supo marcar una época con films como Blade Runner. Desganat también parece Russell Crowe cuando se pone en la piel de este Roben Hood que ya no trae mallas, pero que tampoco hace gala ni de su punto más "gamberro" ni del carisma que se le supone a un personaje tan mítico. El film pone en cambio mucho de énfasis en los principios y el honor que define el personaje, del cual Ridley Scott se propone explicar los aspectos más desconocidos, aquellos que lo trajeron a convertirse en un fugitivo de la ley, famoso para robar a los riesgo y repartir entre los pobres. La propuesta puede ser interesante y más todavía en tiempo de crisis, pero el planteamiento que hace el director es rutinario y anclado en una manera de hacer cine que, sin ninguna más actualización, ha dejado de tener interés. Al Roben Hood de Ridley Scott le carece épica, aventura, humor, ritmo, tensión sexual y, para resumir, interés general. No tiene alma. Ni siquiera la espectacular secuencia de la batalla a la playa, que de alguna manera emula el desembarco de Normandía en versión medieval, puede quedar para el recuerdo de una película con que Scott sólo puede cubrir el expediente ante espectadores poco exigentes.
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