Albert Cocera

Smiley o el hilo rojo del destino

Reza una leyenda japonesa que todos traemos ligado un hilo rojo invisible que nos conduce al amor de nuestra vida. Esta metáfora y un equívoco telefónico son el inicio de Smiley, la obra de teatro que ha iniciado temporada teatral a Can Gassol.

La historia de amor entre dos chicos dibuja esta pequeña gran joya teatral en que la simplicidad escenográfica (una barra de bar, dos espejos, un sofá y poco más) construye una historia universal que podría caer en la más absoluta cursileria, pero que se convierte, por el contrario, en una obra diferente, fresca e innovadora, que hace del amor el punto de partida y encuentro.

En Bruno (Albert Triola) es un arquitecto culto y apasionado por el cine, que escucha a su buzón de voz un mensaje de Àlex (Rubén de Eguia), el camarero del Bar Bero, un chico obsesionado por sus músculos. El día que se encuentran descubren que son personajes antagónicos, unidos sólo por un deseo sexual irrefrenable y una frase de por el•lícula. Los actores hacen partícep al público de la trama, no sólo por su credibilidad, por su proximidad o por la capacidad de crear momentos hilarants, sino también para romper mágicamente con su mirada la cuarta pared de la escena y explicar “a los heterosexuales del público” conceptos que quizás desconocemos.

Smiley nos emociona porque explica nuestra historia, la de aquellos seres humanos que estiran del hilo rojo del destino para encontrar en alguien que, desde la diferencia, nos complementa. Todos traemos la desgracia unida a este hilo, porque, como dice Àlex, “Todos buscamos un smiley que nunca llega”.

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