Ricard Aymerich

Tiempo

La llegada del solsticio de invierno marca una de aquellos hitos (el cambio de estación) que hemos puesto los humanos para organizar el tiempo. En realidad, se trata de un fenómeno natural (el momento del año –es decir– de una vuelta entera de un astro alrededor de otro, en que la tierra y el sol están más cerca), pero lo hemos cargado tanto de simbolismo, de elementos festivos, comerciales y vacacionales que, a poco que te distraigas, parece más una carga social que no un hecho habitual que se repite desde hace millones de años.

La mitología de nuestros precursores culturales tenía, en el tiempo, una de las principales fuentes de inspiración. Son décimas las divinidades con las que se simbolizaba la admiración, la desazón o los deseos proyectados en un fenómeno que nos marca inexorablemente: el paso del tiempo. Especialmente sobrecogedor es el mito de Cronos que, por miedo a ser destronado por sus hijos –un golpe crecidos, si hubieran podido–, los devoraba acabados de nacer.

En cierto modo, nuestra sociedad ha ido construyendo, durante siglos, otro mito: el control del tiempo. Todos los artilugis y máquinas que hemos inventado los humanos (calendarios, relojes, cronómetros y medidores de todo tipo) están pensados para conocer y grabar el paso del tiempo. Nopodemos obviar, pero, la intención previsora de estos instrumentos. Se trata de tener a mano el calendario, un reloj, la agenda… para anticipar aquello que succeïrà y que tiene que ver con nuestra vida. Y soñamos un poco (sí, soñamos) que estamos controlando el futuro, la versión más desconocida del tiempo. Controlar el tiempo! Qué magnífica quimera! Y qué ilusión más estéril. Que aburrida que sería la vida si todo sucediera de acuerdo con estas agendas! Por suerte (o no?), los imprevistos llenan de emoción la agenda más exhaustiva. Ilusión jacta, la de controlar el futuro. Pero acción necesaria, la de preverlo.

Y necesario es marcar, en un calendario, como queremos que se succeixin los días y las épocas de trabajo y de descanso, por ejemplo. Aplicado en la escuela, el invento se denomina “calendario escolar”. Este solsticio de invierno nos ha traído novedades en este terreno: se han confirmado unos cambios importantes en este calendario escolar. Se ha decidido en un órgano de consulta donde ha representada buena parte de la comunidad educativa del país, el Consejo Escolar, del cual, el sector más crítico con los cambios que se proponen y las soluciones a las consecuencias que sederivan es, justamente, la de los maestros y profesores, los que tendrán que ponerse delante de su aplicación. No pinta muy bien…

Volvemos al solsticio y a una de sus derivaciones o consecuencias más païbles: las vacaciones de Navidad, la época de los buenos deseos, del afloramiento de la parte más humana de las personas y las sociedades (incluso en zonas en conflicto se respeta la tregua navideña). Inmersos en esta época de optimismo sólo puedo pensar que el esfuerzo para racionalizar este rompecabezas del calendario escolar dará algún fruto. Y espero que pronto. Porque los cambios sociales no son fáciles ni rápidos (el calendario escolar, que marca el ritmo de tantos otros calendarios sociales,es un), nos equivocaríamos si pensáramos que un decreto hará cambiar una realidad tan compleja. El debate sobre cómo tiene que ser la sucesión de trabajo y descanso en el marco escolar me parece que todavía restará bien vive durants meses y años. Por mucho que algunos medios de comunicación, “creadores de opinión” y tribunas mediáticas querían dar por acabado el tema ya hace unas cuántas semanas, creo que tenemos que continuar aportando dosis de sentido común, ejemplos de buenas soluciones (que hay y muchas) y no dar el tema por acabado. Conocemos el tiempo y sabemos como preverlo; por eso tenemos los calendarios. Y un calendario es una cosa mucho más compleja cuando afecta a miles, a millones de personas. Cambiarlo pide mucha paciencia y mucha voluntad (virtudes muy citadas y preciadas estos días, ciertamente). Pero hace falta otro elemento imprescindible: tiempo!

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