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El FOMO gastronómico de cada Navidad

Cugat Comas FOTO PORTADA: iStock 1186157921

Cuando incluso comer se convierte en una carrera por no perdernos nada: qué se tiene que comer cada día y qué alternativas podemos hacer a la tradición?

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En Navidad, la mesa pesa. Pesan los platos, pesan los rituales… y pesa, sobre todo, el FOMO gastronómico. Es ese miedo irracional —o no tanto— a quedarse fuera, a no servir el plato que toca el día que toca, a no tener los canelones perfectos o a no acertar con el roscón que hará que todo el mundo sonría a medias con satisfacción. La Navidad es, seguramente, la época del año en la que la agenda gastronómica es más exigente: no solo hay que comer bien, sino comer lo que toca, cuando toca y —si es posible— mejor que el año pasado.

Este reportaje es una guía irónica para sobrevivir a la Navidad sin morir de exigencia culinaria (o sin tener que comprar un lavavajillas industrial). Un recorrido por las grandes tradiciones gastronómicas —Nochebuena, Navidad, San Esteban, Nochevieja y Reyes— con sus orígenes, trucos, alternativas y un recordatorio saludable: por mucho FOMO que nos invada… la mesa es un lugar para celebrar, no un examen final.

La Navidad, sin quererlo, tiene esa capacidad de generar presión, de instalarnos encima la sensación de que todo tiene que ser impecable. El miedo a no estar a la altura, a no acertar con el plato que “toca”, a no repetir aquella receta que el año pasado triunfó, a quedarse corto, a pasarse, a no innovar lo suficiente o, incluso, a haberse pasado innovando… es más común de lo que parece. El FOMO gastronómico existe, y es tan transversal que todo el mundo lo ha sentido alguna vez. Y aun así, pese a los nervios previos y los quebraderos de cabeza que a veces nos buscamos, la Navidad siempre acaba saliendo bien. Siempre. Porque la mesa es una excusa, no una finalidad; porque los errores acaban convirtiéndose en anécdotas familiares, los cambios en nuevas tradiciones y las improvisaciones, a menudo, en descubrimientos sorprendentes que nadie habría previsto.

Nochebuena: el mar coge protagonismo

Marisc fresc
Marisco fresco

Pescado y marisco. Solo con decirlo, ya sentimos el ruido imaginario de una bandeja enorme que entra en el comedor. La Nochebuena ha ido escalando posiciones hasta convertirse, para muchas familias, en la cena más solemne de la Navidad. Ese momento en el que todo el mundo quiere sacar la vajilla buena y poner algo “que haga fiesta”.

Históricamente, había un motivo muy claro para comer pescado: el día 24 era vigilia y no se podía comer carne hasta después de la Misa del Gallo. Este precepto religioso, sumado al hecho de que el pescado fresco era cada vez más accesible a mediados del siglo XX, convirtió el mar en protagonista. Alguna ventaja tenía que tener la modernidad, aparte de la lavadora.

La rutina actual es clara: langostinos, gambas, almejas, rape, dorada o lenguado. Y aquí empieza el FOMO: ¿será lo bastante bueno? ¿Deberíamos haber comprado la otra pieza? Begoña dice que tiene un proveedor que le trae el marisco vivo…

Tranquilos.

Hay alternativas y hay trucos.

El truco:

No hace falta hipotecar la casa para comprar marisco fresco el 23 de diciembre a las 19 h. Confiar en el producto congelado no es ningún drama —la mayoría de restaurantes de nivel lo utilizan para según qué preparaciones— y planificar la compra unas semanas antes es estratégico y económico. Y, sobre todo, haced caso a vuestra pescadería: si un producto vale el triple ese día, preguntando obtendréis las mejores recomendaciones de lo que está bien de precio y de sabor.

La alternativa:

Si queréis huir del marisco pero no del glamour, haced como los vascos: Nochebuena de pintxos.

El pintxo Goxua es una estrella: Pan bueno + foie + jamón pasado por la sartén + gamba roja.

Rápido, festivo y con efecto wow. E ideal si no tenéis claro qué bandeja toca este año.

Navidad: la Fiesta Mayor de todas las sopas

Galets
Galets

 

Hay sopas… y luego está la escudella de Navidad. Es un universo aparte. Un caldo que no es un caldo: es un dogma, una memoria familiar, un ritual de toda una mañana en la cocina y una de esas cosas que, si se hacen bien, no tienen rival.

Los orígenes nos dicen que la escudella era un plato cotidiano en el mundo rural, pero en la ciudad se reservaba para las ocasiones importantes. ¿Y qué hay más importante que la comida de Navidad? Los “cuatro evangelistas” de la receta —cerdo, cordero, ternera y gallina— le aportaban poder y sustancia, y con los años se añadieron los galets y toda la poesía que rodea al plato más fotografiado del 25 de diciembre.

El truco:

Aquí no hace falta finura dietética: la escudella de Navidad es una apuesta a todo o nada.

¿El secreto? El cerdo.

Panceta, pies, oreja, butifarra negra, costilla… todo con mesura pero con convicción. Si queréis un caldo de verdad, no os cortéis: el cerdo es el alma del caldo.

La alternativa:

No hace falta carne para hacer una escudella brutal. Hay caldos vegetales tan potentes que nadie diría que no llevan nada de origen animal. Mantened la contundencia con setas,

puerros, zanahoria, chirivía, apio y especias.

Dadle textura con “no-carn d’olla” vegetal y haced un plato apto para todo el mundo sin renunciar al sabor.

La escudella es democrática.

Sant Esteve: la república independiente del canelón

Canelons
Canelones

Cada casa tiene su bandera, pero todas tienen una Constitución común: el día 26 se comen canelones. Y punto.

Si no los hay, algo falla o se ha roto un pacto generacional.

Su origen puede ser italiano, sí, pero Cataluña se los ha hecho suyos con una pasión posesiva. Su apogeo llega en el siglo XX con la pasta El Pavo y, desde entonces, los canelones son el plato de San Esteban por antonomasia.

El truco:

Aquí hay un secreto universal: el hígado o el foie en la mezcla.

Hace la mezcla más untuosa, más sabrosa y más interesante.

Y si queréis subir nota: un poco de trufa rallada sobre el queso antes de gratinar. Pero poca, que domina mucho.

La alternativa:

Canelones de espinacas y pasas, de setas, de calabaza, de boletus…

Las versiones vegetales son tan nobles como las de carne. Y si ha habido buena temporada de setas, ya tenéis el relleno hecho.

Nochevieja: el territorio universal del canapé

Canapès
Canapés

La Nochevieja es el momento gastronómico más caótico y más democrático de todos.

No hay una receta única, pero sí una idea común: hay que cenar sin perder de vista el reloj y sin quedarse atrapado preparando un asado de tres horas.

Así nacen los canapés, el menú colaborativo, rápido y con un punto festivo que no requiere estudios de cocina ni largas preparaciones. Quizá sea el único momento del año en el que los vol-au-vent no parecen vintage.

El truco:

Haced un concurso de canapés. Cada cual trae el suyo, se vota el mejor y todos contentos.

Y si no sois muy hábiles, utilizad hojaldre: es tan agradecido que casi se cocina solo.

La alternativa:

Abre una pata de jamón, saca el buen pan y el mejor aceite que tengas.

Tienes cena, tienes fiesta y tienes desayuno para el día siguiente.

Sucesión perfecta.

Reyes: el roscón, coronar y caducar las fiestas

Tortell de Reis
Roscón de Reyes

El día de Reyes es un festival de excesos: desayuno dulce, picoteo mientras se reparten los regalos, comida larga, sobremesa eterna, más dulce por la tarde… y, sí, el roscón.

La pieza que anuncia con elegancia: se ha acabado la Navidad, amigas y amigos.

El roscón no es negociable: tiene que ser del día, de pastelería, fresco y artesanal.

Los de mazapán y cabello de ángel son los más tradicionales, pero la nata, la crema y la trufa han dado un golpe de Estado imposible de revertir.

El truco:

No hay truco: el roscón bueno se paga, y se paga con gusto.

Los maestros pasteleros pasan la noche del 5 en pie y trabajando y merecen todos los honores.

La alternativa:

Las figuras de mazapán.

Otra joya que da juego en la mesa y que varía cada año. Son artesanía pura y son una forma preciosa de mantener viva una tradición sencilla y divertida.