Con la llegada del verano y el final del curso escolar, las calles y espacios abiertos se llenan de vida. Los niños juegan en los parques, los adolescentes alargan las tardes al aire libre, y las familias aprovechan las vacaciones y las fiestas mayores para disfrutar de actividades al exterior. Pero esta euforia veraniega esconde un peligro tan invisible como letal: los golpes de calor.
Cuando las temperaturas suben, el cuerpo humano activa mecanismos para regular su propia temperatura, como la sudoración o la dilatación de los vasos sanguíneos. Pero si la exposición a un calor extremo es demasiado prolongada, especialmente en personas vulnerables o en condiciones inadecuadas, la temperatura corporal puede aumentar hasta niveles peligrosos. Es entonces cuando puede sufrirse un golpe de calor, una emergencia médica que puede tener consecuencias muy graves si no se actúa con rapidez.
Los golpes de calor no son una hipótesis lejana. Cada año, con la llegada del verano, los servicios sanitarios atienden cientos de casos relacionados con el exceso de calor. Su gravedad puede variar desde un agotamiento leve hasta situaciones muy graves que afectan al sistema nervioso central, provocan deshidratación severa, fallo multiorgánico y, en casos extremos, pueden acabar con la vida de la persona afectada. Los síntomas pueden ser diversos y deben saberse reconocer: dolor de cabeza intenso, piel caliente, seca y enrojecida, calambres musculares, mareo, náuseas, vómitos, debilidad general, pulso acelerado o arrítmico, e incluso desorientación. Ante estas señales, hay que actuar de forma inmediata: llevar a la persona a un lugar fresco, refrescarla con agua o ventilación, y llamar al 112.
Los colectivos más vulnerables
Aunque cualquiera puede sufrir un golpe de calor, hay colectivos especialmente sensibles. Las personas mayores, los niños y las personas con enfermedades crónicas o que toman determinados medicamentos (como antidepresivos o diuréticos) son los grupos con mayor riesgo. También lo son las personas con discapacidad o con dificultades de movilidad, que a menudo dependen de otros para protegerse del clima adverso.
Estos colectivos pueden tener más dificultades para identificar los síntomas, para hidratarse adecuadamente o para refugiarse en un lugar seguro. Por eso, la labor de las personas cuidadoras es fundamental para garantizar su protección ante el calor extremo.
La paradoja del verano es que los meses de más calor son también los de más actividad social. El calendario se llena de fiestas mayores, conciertos al aire libre, rutas gastronómicas y actividades infantiles. Además, el final de las clases y el inicio de las vacaciones hacen que mucha más gente pase tiempo en la calle, a menudo en las horas de mayor insolación.
Por eso hay que ser especialmente conscientes del riesgo. Evitar exponerse al sol entre las 12 y las 17 h, hidratarse constantemente, buscar sombras y llevar ropa ligera son acciones que pueden marcar la diferencia. También es importante recordar que las altas temperaturas no afectan solo a las personas: las mascotas también sufren los efectos del calor y necesitan espacios frescos, agua abundante y paseos en horas de menor insolación.
5 recomendaciones esenciales para evitar los golpes de calor
01
Hidratación constante. Bebed agua con frecuencia, aunque no tengáis sed. Evitad las bebidas alcohólicas o con mucha cafeína, que pueden favorecer la deshidratación. Llevad siempre una botella de agua cuando salgáis a la calle.
02
Protección dentro de casa. Mantened las ventanas cerradas y las persianas bajadas durante las horas de más sol. Abridlas al anochecer o por la mañana para ventilar. Refrescaos con duchas o toallas mojadas.
03
Ropa y accesorios adecuados. Utilizad ropa ligera, de colores claros y de algodón. Proteged la cabeza con sombreros, gorras o parasoles y no olvidéis las gafas de sol.
04
Evitad las horas críticas. No salgáis a la calle en las horas de máximo calor. Si tenéis que hacerlo, reducid al mínimo la actividad física y buscad zonas con sombra o climatizadas.
05
Acompañamiento y vigilancia. Prestad atención a las personas vulnerables de vuestro entorno: personas mayores, niños, personas con discapacidad o con problemas de salud. Acompañadlas, ayudadlas a mantenerse hidratadas y aseguraos de que no se encuentran en situaciones de riesgo.
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