- *Jaume Calsapeu Cantó fue miembro del Foment, formó parte del grupo impulsor de Les Santes fem-ne Festa Major y es miembro de la Comissió de Les Santes desde 1979
¿Qué hacía falta para movilizar a la gente, activar el pensamiento y la conciencia, dar un impulso a una fiesta mayor decaída, a la que la sociedad mataronina y el canon cultural de la época (irse de vacaciones) había dado la espalda?
Les Santes fem-ne Festa Major, por su alcance y capacidad de influencia, fue, posiblemente, el movimiento popular más importante de la transición democrática en Mataró. El desafío colectivo de muchos jóvenes por conquistar la calle, acceder a derechos y libertades, dignificar la fiesta y dejar atrás el franquismo.
Mirando por el retrovisor de la historia, cincuenta años atrás, el régimen seguía vivo y Les Santes no tenían un futuro muy prometedor. La “Comisión Especial de Ferias y Festejos” del Ayuntamiento presentaba el 25 de julio de 1975, en el Auditorio del Parque, el show musical de Maruja Garrido, con Carmen Linares (estrella de la canción española), Maruja y Fermín (pareja de baile español y clásico), Louchy & Nina (los cómicos de la risa continua), Sonnya (supervedette de la revista) y Mary Martín (“la muñequita de la canción”)...
Pero lo que dolía a la vista, impensable hoy día, era mezclar castells y majorettes. Ante aquella programación potipoti e inclasificable (desfile y exhibición en el campo municipal de deportes de las Majorettes de Barcelona y actuación de los Castellers de Barcelona), no pasa mucho tiempo hasta que se unan las voces inconformistas y preocupadas para que la fiesta vuelva a encontrar su lugar bajo el sol.
Incluso las comparsas de gigantes y enanos desfilan sin ánimo, con una uniformidad lúgubre, desde que se suprimió en 1970 la procesión tradicional que, con toda la coreografía y parafernalia de las santas de gloria y de martirio, fue engullida por el remolino de la indiferencia, dejando como testamento un gran vacío, un cráter de tedio e inactividad antes de los fuegos.
No es que la cultura popular como signo de identidad, y la fiesta mayor como espectáculo total, perdieran fuelle en los primeros años setenta cuando se movilizan los grandes frentes antifranquistas. Pero las cosas había que hacerlas bien. Así lo entendieron grupos como La Trinca, con su disco de éxito parodiando la Festa Major (1970) y, naturalmente, Els Comediants, impulsores del teatro en la calle, que justo se habían dado a conocer con el “Non plus plis” (1971).

El origen en el Foment
“Les Santes fem-ne Festa Major”, como movimiento de amplio espectro, se origina en el Foment Mataroní. El flamante edificio, inaugurado el 5 de junio de 1971, cuenta con el bar de Pedro en la planta baja, un factor importante como punto de encuentro y relación. La dolorosa pérdida del patio de los Lluïsos, la palanca necesaria para financiar el derribo del teatro Principal (1832) y la construcción del nuevo equipamiento, fue muy discutida.
Las Semanas del Niño del ciclo navideño y el grueso de actividades del año inyectan savia nueva al tejido asociativo. El Foment vive de cerca la eclosión de las fiestas populares en Mataró. Pep Llauder dirige la construcción, con botes grandes de jabón, la testa cilíndrica de los gigantes underground que, con cuatro zancadas y brazos colgando, ocupan la Peixateria, la plaza talismán de los cuentos infantiles y las representaciones con títeres de aquellas Semanas del Niño que hacían disfrutar y cantar: “Senyor rei de Matalgram, una llebre tinc al camp, que em pastura la verdura i se’m menja l’enciam!!”.
La Peixateria mantenía entonces la actividad en los mostradores para vender pescado y conservaba con orgullo los escalones sin mutilar. Qué pena la reforma arquitectónica posterior que hizo más chato el edificio neoclásico de Garriga i Roca, como si le hubieran amputado las piernas. Desde 1975, la plaza de la Peixateria fue el obrador ideal de las tortillas y los bailes de las Serenates del Dijous Gras, preludio del Carnestoltes (1979) y la tradición del Serra la Vella.

El corpus ideológico del proceso
En este contexto de fiestas recuperadas y mucha gente ilusionada, no costó mucho ponerse de acuerdo para analizar la situación de confusión y desorientación que vivían Les Santes. Convenía desplegar una iniciativa coral para empezar a ponerle remedio. El capital humano era más importante que los escasos recursos económicos. Al frente, para afrontar la idea con liderazgos compartidos, había toda una generación de jóvenes acostumbrados a los debates de autogestión y a las discusiones asamblearias. Del pequeño formato de la Peixateria, ahora había que pensar en tomar las riendas de una obra de mayor formato: la Festa Major.
Graduados en grupos de esplai, aquellos jóvenes que mamaron carreras delante de los grises y crecieron con el legado discográfico de los festivales de folk, la nova cançó y las bandas de rock, fueron incorporando, tímidamente, cuentos de Xesco Boix, Jaume Arnella, Rafel Sala y el grupo Trepadella a los programas de Les Santes, con la intención de procurar chispas de alegría a los pasacalles de los gegants y nans cuando llegaban a la plaça de Santa Anna.
Así, poco a poco, se fue configurando el giro ideológico y el poder transformador de una campaña que se nutría de un mensaje conciso y claro: Les Santes fem-ne Festa Major. Un eslogan magnífico, porque nunca caduca y va directo a la esencia, conjugado en modo imperativo y en primera persona del plural para interpelar a todo el mundo.
Crear un código de comunicación tan sencillo, que lo dice todo en pocas palabras, no fue fruto de la casualidad. Surge de la reunión de brainstorming, convocada en el verano de 1975, de forma expresa y precipitada, un sábado al mediodía en el Foment Mataroní, con un único punto en el orden del día.

Nacen Les Santes
Después de exprimir el cerebro y poner ideas en común se encontró la síntesis perfecta, consensuada por unanimidad. La decena de asistentes, sentados en círculo, quizá no habrían imaginado nunca que aquella consigna creativa, entre filosofía y eslogan, pudiera perdurar 50 años incrustada en la memoria, sin perder vigencia.
En los carteles oficiales de rémora franquista aún predominaba la denominación en castellano “Fiestas de las Santas”. El eslogan en catalán que emergía de los carteles alternativos ya era útil para construir puentes. Unía en un solo campo semántico dos expresiones hasta entonces irreconciliables (Les Santes y Festa Major). Una y otra, formando un todo, apartaban los estigmas y diferencias de la Segunda República y la Guerra Civil. La fiesta es inclusiva. Iguala a todo el mundo.
Con cubos, brocha y cola, la campaña se extendió por todas partes. El primer cartel (1975) de fondo naranja, alegre y vistoso, ya forma parte del patrimonio gráfico de Les Santes, con la imagen recortada del flabiolaire Quirze Perich, fotografiado por Jordi Egea. Los carteles de los años siguientes, a una sola tinta para economizar gastos, provienen del fondo fotográfico de Miquel Sala. Encima, se pegaban también unas tiras de papel para divulgar actos específicos, animando a participar.
Todas las rutinas funcionaban a la perfección. Todo el mundo sabía su papel. Durante cuatro años, era curioso ver carteles en perfecto estado de conservación, pegados uno encima del otro, en la puerta metálica del cuadro de alumbrado público que hace esquina con la casa número 13 de la calle d’en Pujol. De su reposición, cuando se decoloraban por el sol, se encargaba Uanxo Fradera. Era el emplazamiento estratégico para que las autoridades vieran el cartel de frente, cuando volvían de oficio al desfile del 27 de julio.

Els Gegants, pieza clave
La principal revolución del periodo Les Santes fem-ne Festa Major se origina en la familia Robafaves, cuando Lluís Hugas, Uanxo Fradera, Jordi Solà y otros geganters afines exploran, a partir de la segunda mitad de los años setenta, la posibilidad de un cambio radical para reforzar el carácter público de las figuras que representan la ciudad. Tienen muy claro que los portadores deben ser voluntarios (antes tenían el trabajo remunerado). Sin ceder nunca, saldrán airosos de un proceso largo y laborioso que adquiere todo el sentido con la llegada de la democracia y el reglamento aprobado en 1984 por el pleno del Ayuntamiento.
La solemnidad de las dormidas, el lucimiento coreográfico de los bailes propios, las músicas renovadas, la formación de flabiolaires, la postal de gegants, el despertamiento bullicioso y los retoques estéticos en el taller de imaginería festiva de Manuel Casserras, en Solsona, vivifican el nuevo rol participativo de los gegants y la plenitud alcanzada cuando giran danzantes.
La Barram (1977), las Matinades (1978) y otras aportaciones, como los Balls de Festa Major que desde 1976 se alojan en el programa oficial, sin costar ni una peseta a las arcas municipales, comienzan a hacer notar el cambio de paradigma.

La persistencia del movimiento, un año sí y otro también, es la clave del éxito. Se dan pasos en muchas direcciones. El primero, la mirada endógena. Salvaguardar los actos genuinos y potenciar la belleza de los rituales y acompañamientos instrumentales que estructuran la fiesta (la participación en el cor de la Missa de les Santes, la popularización y dinamización de la Dormida de Gegants, los Repics de Campanes, el Castell de Focs, las Sardanes...) No es necesario hacer tabla rasa y empezar de cero.
El segundo paso es abrirse al exterior. Viajar y conocer qué hacen fuera. Establecer contactos para mejorar el nivel de calidad de la fiesta. Adaptar e incorporar todo aquello que pueda ser un revulsivo. La trashumancia en busca de nuevos pastos (País Valencià, Vilafranca, Vilanova, Berga, Solsona, Pamplona...).
El tercer paso, importantísimo, es la participación y la implicación colectiva. La fiesta desmembrada vuelve a coger músculo con ideas renovadas. Todo el mundo participa, montando escenarios, instalando focos, despachando cervezas o moviendo sillas. Es la apuesta ganadora del voluntariado para construir y consolidar una fiesta con más energía.
La movilización tiene un efecto multiplicador y no cuesta convencer a la gente que baila feliz en la plaza de santa Anna con la Orquestra Plateria, la noche del 26 de julio de 1978, de que otro modelo de fiesta es posible. Para sufragar gastos, la gente consume en el bar y se anuncia la rifa de una pareja de patos parlanchines. Todo el mundo aporta su grano de arena. Les Santes, más que nunca, son del pueblo.
La campaña de comunicación es muy importante. El primer boletín de reflexión de Les Santes fem-ne Festa Major (1975) se reparte a la salida del oficio. Señala claramente el declive de la fiesta y su incapacidad para evolucionar. El editorial del siguiente boletín (1976) reclama una celebración rica, alegre y de concordia.
Desgraciadamente, aquel año no lo será del todo, porque la calle sigue siendo un campo de minas. Manuel Fraga, ministro de Gobernación del gobierno de Arias Navarro, lanza su frase más contundente ("la calle es mía") para desautorizar muchas movilizaciones democráticas, entre ellas la Marxa de la Llibertat que en la diada de les Santes, el 27 de julio de 1976, pasa por Mataró.
La consigna de Libertad, Amnistía y Estatuto de Autonomía agita el aire. Se viven momentos de tensión, con la guardia civil controlando la dormida apuntando con el cetme. Los gegants bailan, tal como estaba previsto, para demostrar con la cabeza bien alta que las fiestas no se pueden manipular ni reprimir y que un amplio sentido de libertad debe presidirlas. Diez años después, el cartel de Pal con Robafaves guiñándonos el ojo (1986), constata que el esfuerzo coral por dignificar Les Santes, con miles de adhesiones en la calle, no podía tener mejor recompensa.

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