Ahora hace un siglo, mientras, como era de habitud, al mantel de la burguesía barcelonesa se brindaba con vino de Alella por el futuro del catalanismo político acabado de nacer, los viticultors del Maresme se reunían alrededor de una mesa mucho más humilde para fundar la Cooperativa Alella Vinícola, que los tenía que ayudar a salvar las explotaciones después de la desaparición de la fl ota de la comarca que fin ns entonces había exportado sus vinos en América.
Para los modestos productores de la villa aquello era la ahora o nunca. Los padres se habían arruinado por culpa del fin l·loxera unos treinta años antes. Ellos, gracias a los cepos americanos inmunes a la plaga, habían recuperado los cultivos, pero no contaban que los fallara la logística, un concepto inexistente en la época pero los resultados de la cual bien se hicieron notar. Sesenta años después de aquella iniciativa las viñas se enfi laven fin ns arriba de todo de la cordillera litoral, al cerro de en Galzeran (485 m) y al de Higuerales (473 m), buscando los ter regaños más secos y erosionados, porque son los que dan mejor uva. El nombre Alella era tan conocido que fin ns y todo la escritora más infl uent del siglo XX, Virginia Woolf, aseguraba que a menudo tomaba una copa de un Alella seco y generoso: nunca un vino andaluz, Allella, pronunciaba la autora de Las horas. A mitades de los años setenta, pero, los vinyars estaban en pleno retroceso, la producción menguaba de manera alarmante, y por todas partes donde secularmentehabía habido cepos aparecían chalés, fin ns arriba de algún cerro también. Llegada la democracia a los ayuntamientos, Alella tenía una veintena de urbanizaciones sin legalizar. Una nueva plazca se había instalado al municipio.
Hoy la Denominación de Origen Alella, con 560 hectáreas plantadas y un prestigio en aumento, está en proceso de recuperación tanto de la producción como de la calidad. Mientras afana en que se amplíe la superficie de la DON hacia el norte de la comarca, las seis bodegas asociados ofrecen algunos de los productos más conocidos y difundidos en todo el país como el cava Parxet o el Marfi l de Alella Vinícola. El nombre Alella recupera el protagonismo tanto entre el sector como entre los consumidores, y esto se nota a las fachadas de las casas, a los escaparates de las tiendas y a la polidesa de las calles de la villa. Si hoy Alella es un pueblo noble, culto y rico, es, en buena parte, porque ha sabido mantener ligada su historia a la del vino.
El cerro de en Galzeran vuelve a estar entapissat fin ns en lo alto de jóvenes cepos que desafi en con firmeza la presión urbanística. Hace tilín pasear por el camino que atraviesa la cordillera y contemplar como el solo y la humedad del mar cercano van transformando despacio los tiernos sarmientos en uno de los más bellos frutos de la tierra. Al fondo, tendido a lo largo de algo más de nuevo kilómetros cuadrados entre la cuenca de los torrentes de Coma Clara y Coma Oscura, la población vive su tiempo desvelada y tranquila.
Llegar al centro del pueblo desde los cerros es tan sencillo como deslizar por calles silents con nombres de comarcas fino ns a la arteria principal, la calle de Mas Coll; siempre se estructuran así los viales de las urbanizaciones. En un momento somos ante el poderoso, y un poco pavoroso, edifi ci de las Escuelas Pies. Entonces ya se puede decir que somos a tocar del pueblo. Una paseada sombría bajo inmensos plátanos, Coma Oscura abajo, nos dirige al casco antiguo, donde la agitación normal de la vida y el comercio de un municipio de 9.000 habitantes convive con rincones de una calma enyoradissa. En Alella hay una vitalidad comercial tradicional y muy viva. Hay muchos restaurantes (donde hay para beber también hay de haber para comer, oi?), y algunas tiendas que recuerdan su antigor con nombres como Antigua Casa Librada o Can Jana desde 1888. Saliendo del centre riera abajo, la modernidad toma forma de nuevas promociones de pisos y ha creado una plaza con frankfurts, comercios modernos y brogit de juventud.
Unas cuántas calles del centro, como lo del doctor Corbera, el del Medio, el de en Comas o el que tiene el curioso nombre, pero lógico desde la perspectiva histórica, del Empedrado del Marchante, están bellamente adoquinados. Algunos, como el de Santa Teresa, se recargolen sobre sí mismos y acaban en preciosos patios casi particulares o en apretones andrones por donde uno duda de pasar, más que nada por no fino puesto que-secasa ajena. En otro de las calles del centro, el de Josep Anselm Clavé, hay una placa que recuerda que en aquella casahizo estancias Antoni Gaudí entre 1880 y 1890; un motivo de orgullo para el pueblo, según se puede comprobar por un monolito que lo evoca. Fruto de estos sojorns de juventud, el genial arquitecto diseñó algunos muebles que se conservan, y proyectó, en 1883, una capilla del Sacramento para la parroquia alellenca que nunca se realizó. Alella es villa de petges singulares que han marcado su historia, fisionomía y avenir. Una de las más conocidas es la de la familia
Fabra, los marqueses de Alella. Ferran Fabra y Puig, industrial textil (asociado con el inglés Coats, quien dice que la Woolf no conoció el vino de Alella gracias a esta relación?) y político liberal, alcalde de Barcelona fino ns al golpe de estado de Primo de Rivera, fue impulsor y mecenas de la bodega de La Alella Vinícola e hizo edifi puesto que las primeras escuelas públicas que traen su nombre. Cómo trae el nombre de los hermanos Lleonard el cortijo familiar, hoy suyo de la Casa de Cultura. En Salvador fue espía en favor de la causa catalana durante la Guerra de Sucesión, y tanto él como su hermano Francesc murieron en defensa de las libertades de Cataluña. La biblioteca municipal también tiene la petja de otro fino ll ilustre, el pedagogo librepensador y fundador de la escuela moderna Francesc Ferrer y Guardia, mártir de la represión por la Semana Trágica. Y todavía podríamos hablar de la alcurnia Desplà, que ha dado desde consejeros reales a rectores, del arquitecto Miquel Chaparral o del patricio Antoni Borell, que cedió su fin nca para hacer las Escuelas Pías.
El que tienen de excepcional todos estos alellencs ilustres es que, además de excel·lir en varios episodios de la historia del país, nunca olvidaron su pueblo. En todas partes hay señales de su fructífera dedicación a su favor; hecho que llena de merecido orgullo la villa y motivo por el cual Alella los tiene siempre presentes. Con fin lls así y esta avalancha de vino, que siempre es la vida, no encontráis lógico que yo vea Alella como una villa noble, culta y rica?
Acabo la ruta allá donde la empiezo, con la memoria a las antiguas botas y los ojos a los modernos cubos de acero del Alella Vinícola. El magnífi c restaurando que hay a la edifi ci histórico de la bodega, obra del arquitecto modernista Jeroni Martorell, es el lugar idóneo para pensar sobre la vida que hay en una copa de vino. Los alellencs lo hacen de hace siglos.

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