Los días claros de invierno, cuando la atmósfera es más limpia, desde el cerro de en Cirer se puede ver la silueta de la mallorquina sierra de Tramuntana; quizás uno de los espectáculos naturales más desconocidos de los muchos de la la montaña maresmenca.
Concentrados en el esfuerzo de la subida, los ciclistaspasan sin fin xar-se , y los caminants prefieren más las espesas zonas boscanes de pino pinyoner que exponerse en el viento o la solana del vesant de marina de la sierra. El entapissat verde se esparci a los pies del andando bajando por levante fino ns en Cabrils y hacia Cabrera por ponente. En un extremo, el cerro coronado por el castillo de Burriac deja guaitar la llanura de Mataró. Enfrente, el cerro de Montcabrer (un gigante ver desde la nacional II), coronado por la cruz y las antenas, es el vértice separador de las vertientes cabrilenc y cabrerenc de la alfombra verde. Y al fondo, el moratón, el color omnipresente en la mirada sobre el Maresme.
Sólo una cantera antigua rompe la armonía de la contemplación. De este rocamsalieron, pulidos y cortados, los zócalos de la estación de Francia de Barcelona. De aquí arriba estando Cabrils es un núcleo menut rodeado de chalés alienados en calles que siguen las formas capricioses de los cerros. La autopista, una raya gris y reluciente, es la frontera. Por el contrario, arrupit bajo Burriac, Cabrera, con urbanizaciones más antiguas e integradas al casco urbano, parece más pueblo, más poca cosa.
Cuando poco lo es todo
Bajar a Cabrils desde aquí es tan sencillo como buscar las calles de la urbanización la Llobera y dejarse traer fin ns a la plaza de la iglesia. Durante el trayecto quizás os daréis cuenta que estáis en la urbanización can Cabot, o a can Tolrà, o... No sufrís que no os perderéis. Abajo, que hace bajada!, y llegaréis al centro de la villa.
Un golpe aquí quizás os dará la impresión que, con un vistazo alrededor, ya habéis visto todo el que hay que ver: la parroquia de la Santa Cruz, levantada en el siglo XVIII, restaurada al XIX, rehecho el campanario que se hundió en 1915 y destruida por dentro durante la Guerra; el edifi ci de las antiguas escuelas Tolrà, ahora hogar de jubilados, y para de contar; pero no. Entregaos al vagar lento por las calles estrechas y silents y descubriréis que, donde parece que no hay nada,está todo. Maestro J. Jambert, hace falta Sastrecillo, Santa Filomena, la Máquina de en Mas, la Herrería, Emília Carles o Lluís Colmenar son nombres de calles y pasajes que os mostrarán, haciendo tumbos, el que es realmente la villa.
Al pasaje de la fuente Sagrera descubriréis el chorro del mismo nombre que brota directamente de la tierra. Es un lugar típico, pero hoy en día de agua seve muy poca, por eso es más fácil encontrar gente en la terraza de la Concordia. La sociedad nació en 1891 como una mutua, pero hoy los 600 socios se dedican al teatro, el canto coral o el ciclismo. El bar es uno de los lugares más conocidos de Cabrils, sobre todo a la hora del vermut. A tocar, la antigua fábrica es el centro cívico y la biblioteca.
Si bajáis a la riera tenéis que escoger: arriba o abajo. Arriba iréis a Can Barba, el campo de deportes, el popular restaurante hace falta Graso o podéis enfi lar-os de nueve fin ns a la cordillera por una carretereta asfaltada que dirige a la residencia de la Mutua Metallúrgica; así veréis el puente de las Hiedras, construido el 1927 por el marqués de can Tolrà. Si tumbáis abajo, pasaréis por can Tosca y por la escuela el Olivo y, algo más abajo, encontraréis el desvío que dirige en el barrio de Santo Cristo (originariamente santo Cristòfol), presidido por la capilla preromànica del mismo nombre y rodeada de cortijos notables como can Vives, can Vehil o can el Amat, ambas con imponentes torres de defensa. El lugar de Cabrils se menciona ya el 1037 como jurisdicción del castillo de Vilassar, a pesar de que no fue municipio independiente fin ns al 1820.
Una antigua capital
En el siglo IV aC la Laietània era un vasto territorio iber que iba del Garraf al delta de la Tordera y del mar a la cordillera prelitoral. La capital era el poblado de Burriac, una incipiente urbe de entre 7 y 10 hectáreas de superficie, con murallas y trama de calles, situada al término de Cabrera y al pie del cerro del mismo nombre. Al poder político se le añadía el económico, puesto que la ciudad controlaba las cosechas de trigo del Vallès. Por los restos encontrados a can Ros o a can Rodon del Huerto se sabe del muy rica que era la Cabrera ibera.
Pero la prosperidad acabó después de la segunda guerra púnica (218-107 aC) cuando, derrotada Cartago, Roma controló los territorios ibers. Burriac se sublevó en 197 contra los ocupantes, pero el cónsul Cató dominó los insurrectos y la capital perdió todo el poder económico y la infl uència política. La imponente torre de defensa construida al siglo III a los Dos Pinos es desmontada y las necrópolis abandonadas. Roma traslada el centro político y residencial al valle plano y fértil. Aparecen núcleos agrarios a can Modolell, can Bertomeu o can Català. Los hallazgos posteriores de las termas de a can Arnau, can Benet o de can Rodon del Huerto indican claramente que Cabrera también fue centro administrativo donde vivieron funcionarios, gobernador y recaudadores. En el siglo Y aC la ciudad decayó al fundarse Iluro.
El santuario de can Modolell, que dedicó el culto a Mitra, demuestra pero que el valle continuó poblada fin ns a los últimos días del imperio. En el siglo XI, la construcción del castillo de Burriac o de santo Vicenç dotó en el territorio de una administración feudal fin ns al siglo XIII, cuando Ferran II la consideró parte de Barcelona, cosa que técnicamente quería decir autonomía municipal.
La Cabrera moderna no vive ajena en su pasado, al contrario, el muestra orgullosa y afana en recuperarlo y hacer, de su interpretación histórica, la base del porvenir. Por eso el paseo por el pueblo es mayoritariamente arqueológico. El descubrimiento del poblado ibérico en 1881, el de las villas a can Bertomeu, Modolell, Benet o Català, el de las termas de can Arnau, las más antiguas de la Península, o el reciente y espectacular de la villa de can Rodon, marcan el crecimiento del municipio.
Cabrera ha cambiado mucho, dice alguien que todavía recuerda que, en la calle San Juan donde nació,había teléfonos y un horno ya desaparecidos; pero es precisamente en el decurso de esta transformación cuando el pueblo se ha encontrado a si mismo. El nuevo pueblo crecido al Plan del Avellà convive con cultivos y fin nques como l'Horta Vinyals o la Vilaplana; los modernos chalés de las urbanizaciones se armonizan con los antiguos y bellísimos cortijos de Santa Elena de Agell. Y con el nuevo y el viejo Cabrera, construyen el futuro.

El Castillo de Burriach
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