Se está celebrando, con toda justicia, un centenario/desagravio en recuerdo de Francesc Ferrer y Guardia. No sé si podremos compensar los años de olvido y marginación que ha sufrido históricamente este pedagogo, pero el cierto es que están proliferando los actos académicos, institucionales y más o menos festivos en honor suyo. Vale más tarde que nunca.
Desde la perspectiva de su aportación al que ha sido y es la renovación pedagógica a nuestro país, caeríamos en un grave error si no hiciéramos el reconocimiento a tres de las principales señales de identidad de la escuela catalana en treinta del siglo pasado y a partir de la década de los sesenta.
La obsesión de Ferrer al poner la escuela (con todo el que supone de acceso a la cultura y a las herramientas de desarrollo humano y crecimiento como sociedad) al alcance de toda la población puede servir perfectamente como modelo del que quiere ser un servicio público educativo. Se ha hablado mucho la coeducación de género como uno de los puntals de la Escuela Moderna ferreriana, pero quizás no se ha hablado tanto de la coeducación de clases sociales en una misma escuela: si revolucionaria era la primera, a comienzos de siglo XX, todavía lo era más la segunda; el acceso en la escuela no era sólo difícil a las niñas , chicas y mujeres; lo era , y mucho, en la clase trabajadora y a sus hijos.
Partir de la actividad del alumno como fuente primera de conocimiento rompía con la imagen pétrea de unos maestros que impartían conocimiento y unos alumnos que lo recibían, a base de repetición. Y acontecía un revulsivo pedagógico importando que exigía (y exige) una preparación mucho más cualificada de los docentes y empezar a considerar que la actividad de cada niño es diferente y única, como único es el camino de cada cual en el acceso al conocimiento por esta experiencia de aprendizaje.
Y, como consecuencia de esta última, llega la tercera gran aportación. No hay una única verdad revelada sino que la ciencia, la investigación, la investigación ayudan a discernir el que es creencia del que es certeza. Y, con esto, Ferrer quería desterrar toda forma de adoctrinamiento especialmente el religioso vivido como un freno del progrès y un elemento de perpetuación de medias verdades, falsas creencias o sencillamente herramientas de sometimiento moral y vital. La apuesta por la ciencia, hoy (a pesar de algunos intentos poco exitosos de modernos creacionistas) es fuerza indiscutible.
No reconocer estos tres pilares escolares como aportación fundamental de la escuela que impulsó Francesc Ferrer sería un error grave. No se acaban aquí sus aportaciones, ni mucho menos. Pero esto solo, junto con las décadas y décadas en que sólo fuera del estadohabía algún reconocimiento a la Escuela Moderna, ya hace que estemos en deuda. Deuda a Ferrer.
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