La petja romana en el Maresme fue tan profunda que definió por siempre jamás la civilización de estas tierras. En su expansión por la orilla mediterránea el Imperio escogió esta llenca de tierra para crear ciudades (Baetulo, Iluro), hacer pasar rutas como la Vía Augusta y establecer centros de producción y de comercio. Las villas romanas, de las cuales se han encontrado restos prácticamente en todos los pueblos, fueron las precursoras de los cortijos y las explotaciones agrarias que trajeron el progreso fino ns en mitad del siglo XX. En algunas playascrearon astilleros y bases para la navegación. Teià y el Masnouson dos ejemplos todavía muy vivos hoy.
A ambos lados de la riera que, convertida después en camino, se enfi el suave fin ns al cuello de Clave, Teià respira todavía hoy, todo y el inevitable crecimiento urbanístico, un cierto y agradable ambiente labrador. Cortijos como es debido Nadal, hace falta Senyorcinto, hace falta Barrera (donde nació el biólogo Jacinto Barrera y Arenas) o hace falta Monac, algunos todavía con portalades dovellades, torres de guaita o firmes muros con contrafuertes, muestran un pasado esplendoroso de trabajo y progreso en armonía con la tierra. Sin duda, el mejor paseo por Teià es el que, enlazando un cortijo con el otro, os traiga desde la cruz de término, a can Llauradó (pronto biblioteca municipal), fin ns a can Lladó o can el Uriach, sin dejar de pasar por la bella calle de las escaleras, y todavía acercarse después fin ns al Sagrado Corazón, una copia del célebre Cristo de Corcobado de Río de Janeiro exóticamente enclavada al vertiente sur de la montaña. Pero Teià no quiere olvidar quién es y de donde viene y, tanto estos cortijos, como los de can Godó, fin nca de los condes donde no hace tantos años todavía se vendía vinagre, can Wertheim, can Bru, can Pol (casa feudal de los señores de Teià) o can Padellàs y can Torrents, son parte viva del patrimonio urbano de la villa desde los siglos XVI-XVIII, cuando se construyeron la mayoría; y símbolos insustituibles sin las cuales no se explica ni la historia ni la realidad actual del pueblo.
Teià no llega a los seis mil habitantes. Las nuevas promociones de viviendas, a tocar del Masnou, garantizarán la conservación del centro histórico, presidido por la iglesia dedicada a Santo Martí, andamio en estilo goticorenaixentista en 1574 por el maestro de obras Antoni Mateu. Está claro que ni el pueblo que levantó el actual templo, ni el queirá a vivir los próximos años, estaban en el pensamiento del conde Borrell cuando, en 965, cedió en testamento la parroquia a la catedral de Barcelona; este fue el momento fundacional de la villa. Pero la vida de una persona sólo es suspiro, y de la Villa Taliano a la urbanización Santo Berger o las pistas que el club de tenis Barcelona tiene en el pueblo, hay mil cincuenta años de historia. El año 1505 el Masnou era un barrio formado por cuatro o cinco cortijos; tres siglos después, el 1825, desaparecido el peligro corsari, el arrabal de mar se independizó de Teià. Desde el año 1817 tenía parroquia propia y en 1840 todavía creció más al incorporársele el barrio Alella de Mar. La situación esglaonada de la villa vieja, en un tozal frente al mar, defi anida su irrenunciable vocación marinera.
La playa del pueblo, en fuerte pendiente y de aguas profundas, fue un extraordinario astillero natural, y empujó decididamente a sus vecinos a buscar al mar su progreso económico. A mitad del siglo XIX, los tres maestros de azuela construían bergantins y pollacres de entre 50 y 300 toneladas, pero el que popularizó la gente de mar del Masnou fue la escuela de náutica inaugurada el 1860 y que nuevo años después pasó a ser escuela universitaria fin ns al 1881, que cerró. Por aquella época una tercera parte de los habitantes de la villa eran marineros: 73 patrones, 377 pilotos y 468 marineros. Pero el aumento de la vainica de los barcos y el crecimiento del puerto de Barcelona fueron desplazando lo estiba hacia la ciudad. El Masnou va sollicitar entonces del gobierno la construcción de un puerto y, en no serle concedido, se sublevó, renunciando al título de villa y estela de hacer mercado. Hoy el puerto del Masnou, construido a los años setenta y ampliado más recientemente, no es sólo uno de los centros de navegación deportiva más importantes del país, cuna de numerosos campeones de vela, sino el principal símbolo del pueblo y uno de los lugares de paseada obligada. Al atardecer, con el sol cobrizo escondiéndose detrás el dique y la música que hace la brisa mimando los palos mayores de los veleros y su abrochamos, descubriréis como la tradición marinera del Masnou da a la villa una personalidad única y sanamente envidiable por los pueblos vecinos.
Esta manera de ser se esparci, lógicamente, por las calles del casco antiguo, tan desconocidos por muchos como sugerentes. Desde la plaza de la Libertad, dondehabía una torre de guaita, buscáis la pequeña plaza Bertran, presidida por can el Indià, las escaleras que suben hacia Sant Francesc de Asís y las del Rector Pineda fino ns a la iglesia de Sant Pere, obra del masnoví Miguel Chaparral, acabada por el fin ll y el nieto. Amareuvos de brisa marina al balcón de la plaza, un impresionante mirador encima el centro histórico; no dejáis de contemplar la Casa Benèfi can, obra de Gaietà Buïgas, autor del monumento a Colom, y perdeos después por las raconades y escaleras de calles como Roig, Santo Pau, Santa Anna o Sant Josep. Todo es a mano, como los pequeños jardines de las casas de pueblo de la calle San Pedro o la calle de Lluís Millet donde, fin ll de un capitán, nació el 1867 el fundador del Orfeón Catalán.
Después volvéis a la carretera y buscáis el Masnou más cosmopolita del Casino y su majestuoso teatro, del edifi ci ochocentista del Ayuntamiento, obra también de Miguel Chaparral, del centenario estanco con un azulejo hecho con cajas de puros venidos de América o de la casa neoàrab, obra de Pere Andreu, que acoge ahora la Casa de Cultura.
El Masnou no se acaba nunca, y cuando parece que sois al fin nal, es que habéis llegado a Ocata, un barrio con personalidad propia desde su fundación, debida a unos pescadores de Leucata que seestablecieron, y de aquí vino el nombre. Hoy Ocata es un confortable barrio residencial, con lugares tan interesantes como la plaza de Ocata, donde hay el mercado viejo y la antigua Mina, ahora un museo. En esta plaza murió repentinamente el dirigente de CiU Ramon Trias Fargas cuando pronunciaba un mitin. A pesar de este triste recuerdo, pero, Ocata es un lugar tranquilo, un poco metáfora de aquel Maresme benestant de antes de la Guerra. Hacia el norte quedan todavía las naves de canHumet, edifi ci modernista de Francesc Guàrdia que alojó una imprenta propiedad de Eduard Domènech y Muntaner, y los espectaculares jardines de can Caramar, pero esta es una villa que va ya mucho más allá del tozal donde nació el Masnou de los marineros.

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