Durante buena parte del siglo XX, la luz que encendía casas, fábricas y calles de Cataluña —y incluso de otros puntos del Estado— salía de una nave imponente situada en el Rierot de Mataró. Era el Forn del Vidre, nombre popular de Cristalleries de Mataró, una cooperativa singular que convirtió el Maresme en un polo industrial del vidrio y en la gran “fábrica de bombillas” del país.
Entre los años veinte y cincuenta, la producción creció de manera fulgurante: de las 5.000-6.000 bombillas diarias de 1925 se pasó a superar las 40.000 al día en 1933, con más de 11 millones de bombillas anuales. Cristalleries llegó a ser, con diferencia, la mayor productora de bombillas del Estado. Y todo comenzaba con una caña, unos hornos abrasadores y la habilidad extraordinaria de los vidrieros sopladores.

Artesà vidrier a Mataró
El laboratorio de la luz: así se hacía una bombilla en Mataró
Las bombillas se fabricaban de forma completamente manual hasta los años cincuenta. La escena dentro de la nave era impresionante: un espacio inmenso, lleno de hornos de diversas bocas, cada una asignada a un vidriero que la usaba siempre como si fuera su propia “mesa de trabajo”.
El proceso era un ritual preciso, físico y casi coreográfico:
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Recoger el vidrio fundido
Con una larga caña metálica, el vidriero recogía la pasta de vidrio incandescente del horno. Mientras hacía girar la caña, evitaba que la masa se deformara o cayera. -
Modelar la pasta en el mármol
Hacía deslizar la masa sobre una plancha fría —el mabre— que le daba consistencia y forma. -
Soplar dentro del molde
Con un pequeño soplo y un movimiento de balanceo, el vidriero introducía la pasta dentro de un molde de hierro enfriado con agua. Allí, la fuerza de su aliento hacía el resto: pulmones potentes y músculos buccinadores entrenados eran imprescindibles. Cuanto más grande era la bombilla, más aire había que insuflar. -
Revisar y llevar a las arcas
Una vez la bombilla se solidificaba, el vidriero la retiraba y comprobaba defectos. Los aprendices las cargaban en grandes carros hasta las arcas, donde el vidrio se enfriaba lentamente para evitar que estallara. -
Volver a empezar
Antes de hacer otra, había que “espinyar” la caña, es decir, retirar cualquier resto de vidrio.
El proceso implicaba muchos otros oficios: albañiles que construían los hornos y las arcas, cerrajeros que fabricaban moldes y cañas, u obreros encargados de preparar la mezcla de arenas, cal y vidrio reciclado. Y, al final del recorrido, entraba en juego la mirada precisa de las mujeres de la cooperativa: eran ellas quienes revisaban bombilla por bombilla, separaban las buenas de las defectuosas y las encajaban para enviarlas a los clientes.
Una cooperativa con alma: de Peiró a una obra social pionera
Cristalleries de Mataró nació en 1919 como empresa privada, pero en 1925, gracias al impulso del vidriero y sindicalista Josep Ros i Serra, se convertiría en cooperativa, aunque bajo el nombre “Fundación José Ros Serra” para evitar las restricciones de la dictadura de Primo de Rivera.
Los estatutos de la colectividad los redactaría en 1934 Joan Peiró, referente del sindicalismo europeo, vidriero de profesión, director de la cooperativa y posteriormente ministro de Industria durante la Guerra Civil. Peiró sería fusilado por el franquismo en 1942.
La cooperativa, de ideario libertario, no solo producía vidrio: era un proyecto comunitario. Construyó una escuela racionalista, una mutualidad, un economato, un grupo de cultura e incluso equipos deportivos. Una auténtica ciudad social dentro de la ciudad.

Cristalleries de Mataró
Del porrón al pez de vidrio: el arte que no se vendía
Aunque su fama internacional venía de las bombillas (y más tarde de pantallas, vasos, termómetros y botellas), los vidrieros del Forn del Vidre guardaban otra habilidad: la creación de piezas artísticas únicas.
Los domingos por la mañana, muchos de ellos —entre los cuales destacaba Quico Estrems Muniesa— se dedicaban, de manera voluntaria, a fabricar piezas como peces de colores, jarras de ópalo, cántaros o pisapapeles. No se comercializaban: eran regalos para familiares y amigos, y hoy son objetos muy apreciados de la memoria mataronina.
La elaboración de estos peces era una auténtica coreografía: vidrio fundido, hilos de colores, aletas hechas con pinzas rizadas, la cola modelada a mano y, finalmente, los ojos, que debían colocarse perfectamente simétricos.

El obrador del Forn del Vidre
Declive, final de etapa y un legado que perdura
Con la globalización y los cambios tecnológicos del sector del vidrio, Cristalleries entró en declive durante los últimos años del siglo XX. En 2005 todavía exportaba el 40% de la producción, con clientes como Osram o Philips, pero la crisis financiera y la caída del mercado americano precipitarían el final.
En noviembre de 2008 la cooperativa cerraba tras casi 90 años de historia, dejando atrás una larga tradición industrial y social. En 2009 donó su rico fondo documental y 400 piezas artísticas al Ayuntamiento de Mataró. Hoy, el Archivo Comarcal del Maresme conserva esta memoria y continúa recogiendo testimonios de los últimos vidrieros para que la historia del Forn del Vidre —la historia de cómo el Maresme iluminó Cataluña— no se apague nunca.
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