Capgròs
Vivimos una época marcada por una transformación tecnológica acelerada que, aunque abre nuevas oportunidades, también genera profundas inquietudes. La irrupción de la inteligencia artificial (IA) en ámbitos cada vez más diversos —desde la automatización industrial hasta los servicios, pasando por el mundo de la cultura y la creatividad— ha generado un intenso debate sobre el futuro del trabajo. Si en el pasado la mecanización amenazaba principalmente los trabajos manuales, hoy asistimos a una nueva ola de automatización que pone en riesgo ocupaciones hasta ahora consideradas eminentemente humanas, como el oficio de ilustrador. Esta preocupación, evidentemente, no es exclusiva del mundo de la ilustración, pero sí es un ejemplo claro y simbólico del dilema al que nos enfrentamos: ¿podemos permitir que una herramienta creada por nosotros sustituya a los trabajadores culturales y artísticos, eje fundamental de una sociedad viva y democrática?
Según la última encuesta de la Asociación Profesional de Ilustradores de Cataluña (APIC), un 64,4% de los ilustradores ve la IA como un reto importante para su profesión. Esta percepción no es ninguna exageración. Plataformas que generan imágenes a partir de texto, como Midjourney o DALL·E, permiten a cualquier usuario obtener ilustraciones en pocos segundos, de forma gratuita o a bajo coste. Esta apariencia de facilidad oculta, sin embargo, la desvalorización de un trabajo que requiere años de formación, sensibilidad artística y una profunda comprensión cultural y visual.
Una precarización endémica
Los ilustradores llevan tiempo sufriendo una precarización estructural: el 68,4% debe combinar esta profesión con otros trabajos para garantizar unos ingresos mínimos, y solo un 5,7% considera que cobra un precio justo por su trabajo. Si a este panorama ya frágil le sumamos una tecnología capaz de replicar —incluso de imitar estilos personales— con una precisión creciente, nos encontramos ante una amenaza directa a la supervivencia de este oficio.
La IA no genera desde cero; bebe de bases de datos masivas, a menudo alimentadas con imágenes extraídas de internet sin permiso ni retribución a los autores originales. Esta apropiación de la creatividad ajena sin reconocimiento ni compensación ha sido ampliamente denunciada por profesionales del sector. Como alerta la APIC, se necesita una regulación clara que proteja los derechos de autor y garantice que las nuevas tecnologías no se basen en el expolio del trabajo creativo.
Por otra parte, hay que recordar que la IA no solo pone en riesgo trabajos individuales, sino que erosiona ecosistemas culturales enteros. Los trabajos creativos —entre ellos, la ilustración— contribuyen a la diversidad simbólica, a la construcción de identidades colectivas y a la transmisión de valores. Cuando el arte se deshumaniza, pierde la capacidad de interpelar, de transformar, de conmover. Por ello, el debate no es solo laboral, sino también ético y político.
Este diagnóstico, con todo, no es exclusivo de los ilustradores. Redactores, músicos, diseñadores, traductores y otros oficios creativos se enfrentan a retos similares. Incluso sectores como la enseñanza, la salud o el derecho ven cómo parte de su trabajo puede ser automatizado, a menudo con el riesgo de pérdida de calidad, empatía o justicia. Por eso, se necesita una respuesta colectiva y estructural que no se limite a cada gremio, sino que sitúe la IA dentro del debate general sobre el trabajo, la redistribución de la riqueza y el valor que damos a las actividades humanas.
Los ilustradores catalanes, a pesar de las dificultades, se muestran optimistas y comprometidos: un 79% quiere seguir trabajando en este oficio los próximos cinco años, y un 81,2% considera prioritaria la lucha por sus derechos laborales. Este compromiso, sin embargo, necesita el apoyo de políticas públicas valientes que fomenten la cultura, protejan los derechos de autor y regulen el uso de la IA con criterios de justicia social.
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