Francesc Rogés, un hombre clave de la cultura mataronina. Foto: R. Gallofré
Francesc Rogés, un hombre clave de la cultura mataronina. Foto: R. Gallofré

"Ahora quizás hay más analfabetos que antes"

Hablamos con Francesc Rogés, voluntario cultural y educativo durante décadas en la ciudad y Distinción Òmnium Maresme 2025

Òmnium Maresme entregó el pasado miércoles 9 de julio en el Centre Cívic Rocafonda la Distinción Òmnium Mataró 2025 a Francesc Rogés i Falguera, en reconocimiento a su destacada trayectoria dedicada a la promoción de la cultura, la educación y la lengua catalana en la ciudad de Mataró.

Rogés es una figura clave en la transformación social a través del libro y la educación. Ha sido un referente en el mundo de las escuelas nocturnas, donde contribuyó a la formación de jóvenes y adultos con ganas de seguir aprendiendo. Vinculado toda la vida al mundo del libro, fue librero y cofundador de Llibreviu, un proyecto arraigado en Mataró que fomenta la lectura y la reutilización de libros con una fuerte vocación social y educativa. Además, tuvo un papel fundamental en la creación de la escuela GEM. Nos atiende en su casa.

Su trayectoria es longeva y repartida por todo Mataró.
He estado por toda la ciudad, pero uno de los primeros lugares donde realmente empecé fue en Font del Vidre. Allí trabajé como maestro durante un tiempo, y fue una etapa que me marcó. Recuerdo una anécdota muy gráfica: uno de los chicos que repartía la compra del economato se perdió por la calle porque no sabía leer bien los letreros. Este hecho, más allá de la gracia, puso sobre la mesa la necesidad de dar un paso adelante como cooperativa. Font del Vidre no solo era una fábrica. Era un espacio de vida, de cultura.

¿Cómo eran aquellas primeras clases suyas?
Yo he dado clases desde que tenía 10 u 11 años. Me enfocaba en ayudar a adultos con dificultades, especialmente en el ámbito laboral. Un peón que quería llegar a ser albañil pero no sabía calcular volúmenes porque no sabía contar, por ejemplo. Estas situaciones reflejaban una realidad muy distinta a la de hoy: la regularización del aprendizaje no existía, y todo dependía de las necesidades sociales y familiares. El objetivo no era hacer escuela clásica, sino enseñar aquello que les permitiera salir adelante en la vida. Muchos de mis primeros alumnos eran jóvenes inmigrantes analfabetos, chicos de 12 a 15 años que nunca habían podido ir realmente a la escuela. Algunos habían sido escolarizados formalmente pero sin integrarse del todo. Recuerdo uno de los primeros lugares en el barrio de Vista Alegre, en un local que ni siquiera era una escuela, al lado de un estanco. Allí dábamos clases nocturnas. Recorrimos los barrios de Mataró para dar apoyo educativo personalizado. Estuvimos desde Cirera hasta Cerdanyola, pasando por la Academia Balmes con el abuelo. Pero no como maestro en el sentido estricto, sino como impulsor de grupos, de espacios de aprendizaje y de acompañamiento.

¿Tuvieron algún problema?
Tuvimos alguno, como por ejemplo que Mossèn Biscúter nos reprochaba que hiciéramos excursiones con los niños de Cerdanyola porque, decía, le quitábamos los monaguillos. ¡Lo llegó a decir en una misa dominical, señalándonos delante de todos a mitad del sermón! En el fondo veía que nosotros, siempre después de misa, procurábamos salidas y actividades más dinámicas y atractivas para los chicos. Todo estaba en los inicios de una especie de educación comprometida con el entorno.

Distincio Omnium
La Distinción Òmnium a Francesc Rogés


¿Es este el propósito que guía al GEM?
Queríamos formar buenas personas, pero desde un ángulo más cultural, más abierto. Y como en todos los inicios de este tipo, había detrás un impulso concreto, muy arraigado en determinadas personas y contextos. Había padres con inquietudes, preocupados por la educación religiosa de sus hijos, gente que venía de sectores diversos y todos coincidían en algo: hacía falta una alternativa. Porque había niños que no encajaban en las escuelas religiosas tradicionales, y porque muchos de esos padres tampoco querían tantas monjas ni tantas oraciones. Querían una escuela con más apertura, con catalán, con una visión más laica.

¿Y fue solo presidente?
El primer presidente de la junta de la Asociación de Padres del GEM. No era maestro de profesión, pero sí que, de forma esporádica, había dado algunas clases. Recuerdo que alguna vez había estado en el aula dando catalán —cuando todavía no se podía dar, pero igualmente se hacía— e incluso, de vez en cuando, daba religión. Lo de la religión era curioso, porque solo se daba “de aquella manera” cuando sabíamos que venía el inspector.

¿Cómo surgió Llibre Viu?
Nos dijeron que era una idea de torero, y mira. Decían que no era el lugar adecuado para hacer promoción cultural. Nos decían: “¿No veis cómo está el barrio? ¿No veis el tipo de gente que hay? Esto no va a funcionar”. Pero, ya se sabe, empezamos con algo pequeño, y si se animan dos o tres personas, la cosa empieza a crecer. ¡Y tanto que creció! Muchos libros que recibimos tenían un valor que ni los donantes sabían que tenían. No hablo de un gran valor económico, sino del valor cultural o histórico: ediciones antiguas, de editoriales desaparecidas o de bibliotecas particulares que habían quedado en desuso. Todo aquel esfuerzo no se quedó solo aquí. Llegamos a enviar libros hasta Sudamérica. A Paraguay, concretamente, hicimos llegar 30.000 libros. Los maristas, que tienen una gran presencia allí, sobre todo a lo largo del río, nos ayudaron a distribuirlos. Conseguimos llenar las bibliotecas de todas aquellas escuelas y centros educativos.

Una muy buena idea. Ahora a eso se le llama economía circular.
La idea de hacer del Llibre Viu un espacio de intercambio y no de venta no fue una inspiración repentina de una sola persona, sino una idea colectiva, fruto de muchas conversaciones y de la voluntad compartida de dar una segunda vida a los libros. Mucha gente colaboró. Eso es lo que a menudo pasa en estos proyectos: cada uno llega con una idea propia, modelada por su experiencia, por la etapa vital en la que se encuentra, por su formación. Y cuando se encuentran, estas visiones se mezclan, se complementan. Entonces, si uno quiere hacer una cosa de una manera y ve que los otros lo plantean de forma diferente, se dejan influir y, con eso, el proyecto se va definiendo, ajustando, enriqueciendo. Y así es como se acaban formando los grupos que funcionan: a partir de la suma de voluntades, no de un único plan fijo.

¿Ahora ya no hay maestros como usted ni tampoco analfabetismo?
Yo diría que hoy quizás hay más analfabetos que antes. No solo se trata de saber leer y escribir, sino que hoy en día también hay que pensar más, estar más involucrado con la electrónica, la informática u otras tecnologías. Por eso, en ese sentido, me considero más analfabeto yo que muchos de los que me rodean. El concepto de alfabetización tradicional nace con la idea de leer y escribir, que es lo que siempre se ha considerado mágico. Pero, en realidad, sigue siendo analfabeta aquella persona que no está en condiciones de dar respuesta a las situaciones presentes. Estar al día te obliga, quieras o no, a conectar con gente diversa, a vivir la pluralidad. Y siempre es gratificante. Y esa pluralidad es lo que hace que sea tan complicado: la diversidad de personas, de ideas, de creencias religiosas, políticas, sindicales… Es precisamente ahí donde se muestra el verdadero valor de tu crecimiento personal. Y, lamentablemente, este es un aspecto que no se cuida lo suficiente, porque a menudo nos dicen qué tenemos que pensar y qué tenemos que hacer o a quién votar.


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